Las etiquetas ecológicas tendrán que ser certificadas

Que el consumo alimenticio ha sufrido una profunda transformación en la última década es una evidencia que no requiere comentario. Que, dentro de nuestra dieta, el papel que juega el vino también ha cambiado profundamente, cediendo protagonismo el papel alimenticio de antaño al hedonista y social actual, lo hemos abordado y justificado las suficientes veces aquí como para tampoco necesitar mucha más explicación.

Aunque, quizá en lo que no hayamos hecho suficiente hincapié es en señalar cuáles son esos “nuevos” valores que acompañan al consumo del vino en esa vertiente mucho más lúdica y recreativa, donde la concienciación social adquiere un especial protagonismo.

Afortunadamente, ya no es necesario preocuparse por comer para alimentarse y cuestiones relacionadas con las consecuencias que la ingesta de ese alimento tiene sobre nuestra salud o el impacto medioambiental que ha ocasionado su elaboración comparten ahora protagonismo con la propia calidad, el prestigio y satisfacción que nos provoca su consumo.

Términos como saludable o respetuoso con el medio ambiente son cualidades al alza que el consumidor no siempre es capaz de identificar, especialmente cuando hablamos de vinos. Confundir términos como bio, ecológico, natural, vegano, biodinámico… es mucho más habitual de lo que pudiéramos pensar. Pudiendo, incluso, llegar a ocasionar un rechazo en el consumidor, ante la amenaza de que se sienta engañado, o cuando menos, confundido.

Conscientes de esta situación y de la falta de una regulación que obligue a que en su etiquetado cualquiera de estas menciones esté debidamente certificada, la Unión Europea acordaba, la pasada semana, prohibir que los productos que se comercializan dentro de su ámbito geográfico puedan identificarse con etiquetas como “eco”, o “natural”, si no tienen pruebas relevantes que sostengan estos reclamos.

Mediante esta nueva Directiva pretenden “empoderar a los consumidores, de cara a la transición ecológica”, con nuevos añadidos a la lista de prácticas comerciales prohibidas en la UE.

Las alegaciones medioambientales ahora tendrán que justificarse y todas las etiquetas ecológicas que no se basen en esquemas de certificación aprobados o establecidos por autoridades públicas quedan prohibidas.

Una vez finalizados los trámites en Bruselas, los Estados miembros tendrán 24 meses para adaptar su legislación a la directiva, por lo que los consumidores tendrán que ver los cambios en los productos entre finales de 2025 y principios de 2026.

Recuperar la renta y animar el consumo

Que algo está cambiando en el clima y que el viñedo está viéndose fuertemente afectado es una evidencia en la que es innecesario incidir, si atendemos a la cadena de accidentes meteorológicos que se están sucediendo y que están impactando seriamente en la vid.

Si al principio fueron las heladas las que dejaron al viñedo español en una situación bastante precaria, con efectos notables sobre el desarrollo desigual de sus sarmientos y racimos que no alcanzaban el tamaño habitual. Luego fueron las sucesivas olas de calor extremas. Y, cuando creíamos haber superado los días infernales, llegaron las lluvias torrenciales y tormentas acompañadas de granizo, que fueron cruzando la Península provocando importantes inundaciones y generando el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de enfermedades criptogámicas, que fueron de cierta importancia en algunas zonas, obligando a dar más tratamientos de los habituales.

Acontecimientos que, unidos a un encarecimiento descontrolado de todos los costes, especialmente energéticos, insumos y productos agrícolas como fitosanitarios y fertilizantes; han complicado mucho la cosecha de 2023. De la que estamos recogiendo estos días su fruto y cuyo resultado, salvo gran sorpresa, nos situará en unos niveles de producción vitivinícola de los más bajos de nuestra historia reciente.

Y que no ha hecho posible que ni el mercado interno, ni las exportaciones hayan aumentado su volumen. Afectando, en cambio, muy negativamente, sobre el precio de los vinos y de las uvas en esta vendimia.

Tampoco las existencias a final de la campaña precedente, declaradas en el Infovi de junio 36.584.443 hl: 24.089.787 de tinto y rosado y 12.494.656 de blanco, difieren mucho de las del año pasado (36.251.161; 23.851.264 de tinto y rosado y 12.399.897 de blanco), pero es que tampoco lo hacen de las declaradas a 31 de julio en los años 2019 (37.128.018) y 2021 (37.585.391)

¿Qué está pasando entonces para que con unas disponibilidades similares y acontecimientos climáticos que no benefician en nada la cosecha los precios no consigan remontar?

Escuchando a los que, teóricamente, saben de esto; porque yo ya no sé muy bien si es que hay alguien que sepa bien lo que está pasando; esto es fruto de una crisis de demanda. Y, a diferencia de lo que ha venido sucediendo en las anteriores crisis, el problema no está en un exceso de producción, lo que en aplicación de la ley de la oferta y la demanda hacía bajar los precios. Sino que el conflicto lo tenemos en la demanda, en el consumo, con una fuerte reducción mundial que nos afecta especialmente, dado nuestro carácter eminentemente exportador.

Disminuye el interés por el vino, se aplican políticas monetarias de restricción de renta para frenar la inflación que ahogan aún más las posibilidades de consumo y nuestras bodegas no encuentran quién les quiera.

¿Es una cuestión de calidad? No. ¿De precio? Tampoco. ¿Acaso de oferta? No parece. ¿Entonces, qué se puede hacer desde el sector? Pues, mucho me temo, que poco o nada. Esperar a que se recupere la renta y se anime el consumo.

Más corazón que razón

A pesar de la buena evolución que están teniendo las vendimias, con acontecimientos meteorológicos que, al margen de lo espectaculares que pudieran haber resultado en algunos puntos y momentos muy concretos, parece que su contribución a la cosecha será más positiva que negativa…

De unas producciones sobre las que, a nivel general, podríamos decir que ya está todo decidido y que su margen de variación, con respecto a los datos definitivos que acabemos teniendo, serán testimoniales: no más de dos millones arriba o abajo sobre los 35 millones en los que podríamos situar el centro de su horquilla…

O de unas declaraciones de producción, a través del Infovi, que nos han permitido conocer con exactitud cuál es el volumen de vino con el que iniciamos la campaña 2023/24, así como cuál ha sido la marcha del mercado en lo relativo a la colocación de los diferentes tipos productos y colores de vinos…

O, precisamente por todo ello, que también podría ser.

El caso es que el mercado no reacciona. Los precios de los mostos se mantienen en los niveles del año pasado, los de las uvas ligeramente a la baja para las tintas y estables o tímidamente hacia arriba en las blancas. Las variaciones son muy tímidas, más fruto de la convicción que tienen todas las partes de que el margen de maniobra para cambiar las cosas, al menos en esta campaña, es muy reducido; que de un análisis de los datos disponibles.

Con la información facilitada por el Infovi a 31 de julio, fin de campaña 22/23, las existencias globales de vino y mosto apenas son novecientos mil hectolitros mayores a las de un año antes. Trescientos mil si nos referimos sólo a vino. Pero es que, si nos vamos a esos datos por colores, las existencias de blancos apenas son noventa mil hectolitros mayores al stock con el que se inició 2022/23; mientras que las de tintos llegan hasta los doscientos diez mil. Eso apenas supone un 0’75% y un 0’91% de aumento respectivamente.

¿Justifica esto lo que está sucediendo con los precios?

Algo más clarificadora resulta la información de las exportaciones, donde, con datos del primer semestre, el volumen de blancos aumenta un 3’1% en exportación, mientras que el de los tintos y rosados cae un 2’6%. Aunque, también en este caso estemos hablando de volúmenes muy reducidos que, de ninguna manera, justificarían la situación del mercado.

Una sangría silenciosa

La puesta en marcha del Sistema de Información de Mercados del Sector Vitivinícola (Infovi) fue un paso enorme en la profesionalización y toma de decisiones del sector, suponiendo un cambio radical. Como también lo ha sido la puntual información sobre las exportaciones españolas que proporciona el OEMV, merced al acuerdo de colaboración establecido con la Interprofesional (OIVE).

Lamentablemente, no es suficiente. Los datos del consumo interno del Ministerio son totalmente inválidos, puesto que son parciales (sólo referidos al consumo alimentario en el hogar) y desactualizados (los últimos publicados corresponden al mes de abril’23). Las estimaciones de cosecha han dejado de elaborarse, por lo que sólo es posible conocer cuál es la evolución que va habiendo, pero no tener una proyección sobre cuál pudieran ser los datos conclusos. En cuanto a los precios de los vinos, escasas las plazas y excesivamente agregados y; de las uvas, sencillamente no hay información. Eso a pesar de que la Ley obliga a registrar los contratos y podría proporcionarse una información agregada.

Eso en la vertiente cuantitativa que, en la cualitativa, donde podríamos incluir el análisis de esos datos, sencillamente no existen. Sin que sea posible, para miles de viticultores y pequeñas bodegas de las que conforman el sector vitivinícola español, disponer del conocimiento mínimo requerido para la toma de decisiones que deben abordar.

Lo que les obliga a asumir como indiscutibles precios de uva por debajo de los costes de producción estimados por estudios más o menos ajustables a la realidad de cada uno. Asistir a un desprecio absoluto por los productos que elaboran, bajo el argumento de que el mercado no demanda este tipo de vino. Y los sumerge en una especie de limbo de información que les imposibilita decidir si adoptar medidas ya ante una situación irreversible o asumir como necesaria esta parte baja de la ola y aguantar a que remonte.

No saber si nos enfrentamos a una crisis ocasionada por circunstancias pasajeras; o estructural que nos obligará a tomar medidas de calado, para las que no sabemos si contaremos con las ayudas necesarias, los sitúa en una posición claramente desventajosa.

Podemos estar ante un escenario en el que será necesario reestructurar nuestro viñedo. El cambio climático así lo exige con temperaturas cada vez más altas, un mayor número de días con una insolación que paraliza la planta, largos y agudos períodos de sequía, etc.

Los consumidores, con posiciones vitales cada vez más sensibles a temas de sostenibilidad (medioambiental, social y económica) y hábitos alimenticios, donde el alcohol juega un papel muy importante…

La Unión Europea con importantes necesidades de reestructurar su gasto para hacer frente a temas de la importancia de la defensa, autoabastecimiento de componentes, ayudas sociales con las que hacer frente a la paralización de una economía dominada por una inflación descontrolada…

Y echo de menos un líder que dirija y organice todo esto, consumiéndome en la desesperación de ver cómo el sector se va desangrando sin que nadie haga nada.