Tampoco febrero ha sido un buen mes para nuestro comercio exterior. O no, al menos, considerando lo que ha sucedido con la cantidad de productos vitivinícolas. Perder el 13’3% del volumen que habíamos conseguido exportar comparándolo en tasa interanual (TAM) es una pésima noticia. Contar con poco más de cuatro millones (4’127) de hectolitros más, un problema al que todavía está por encontrársele una solución.
Diferentes organizaciones agrarias, profesionales y cooperativas han expresado, en diferentes momentos, sus fundados temores de que esta situación acabe trasladándose a los precios y haciendo irreversible una coyuntura que ya califican de preocupante. Temiendo importantes implicaciones sobre los propios precios de la uva en la próxima vendimia.
Temores que han sido desoídos a nivel nacional (Ministerio de Agricultura), que ha trasladado la responsabilidad hacia las comunidades autónomas para que sean ellas, con sus propios fondos, las que lleven a cabo medidas más allá de la vendimia en verde.
Lo que, dejando a un lado el nada despreciable detalle de que su procedencia no podrá ser de los fondos del PASVE, en tanto en cuanto no exista una autorización por parte de la Comisión Europea (que para ello es el Estado Miembro, y no ningún gobierno regional, el que deberá solicitarlo); puede volver a generar un trato discriminatorio entre unas comunidades autónomas y otras, según sea su capacidad económica.
Cabe la posibilidad de pensar que el tiempo todo lo cura. Y nunca mejor dicho lo del tiempo, en su doble vertiente cronológica y meteorológica, pero dejar las cosas a la buenaventura implica muchos riesgos. Tantos como que cuando quieran tomarse medidas la situación se haya degradado tanto que las acciones deban ser mucho más quirúrgicas.
De momento, todavía es posible pensar que el sector se encuentra más o menos equilibrado. Que el potencial de producción, entre cuarenta y cinco y cuarenta y ocho millones de hectolitros, es posible asumirlo con las necesidades en exportación (veintiocho), consumo interno (once), destilación y derivados (cuatro), mostos (cinco). Pero, si seguimos perdiendo exportación, sin recuperar el consumo interno y entrando en competencia en el mundo de los zumos con otros países productores mundiales…
Si entramos en pormenores, como pudieran ser las categorías, nos encontraríamos con una pérdida de los vinos tranquilos de 2’234 en vinos tranquilos y 1’988 en mostos. Las diferencias en espumosos, de licor, aguja y BiB, resultan irrelevantes, aunque éstas últimas dos coticen en positivo. Siendo de destacar lo sucedido con los vinos tranquilos con D.O.P., que pierden 0’447 Mhl envasados y 0’011 a granel. Los de mesa se dejan 1’445 Mhl en los graneles y 0’254 en envasados. Datos agregados que no nos permiten conocer las indicaciones de calidad que más están sufriendo. Bien podrían servir para entender las propuestas que están surgiendo desde algún gobierno regional y los planteamientos con los que acuden a las próximas elecciones autonómicas algunas formaciones políticas.
Hasta el momento, no parece que debamos preocuparnos por un mal endémico en nuestras exportaciones. Aunque bien haríamos en empezar a diseñar estrategias colectivas que nos ayudasen a afrontarlo. Por si acaso.