Haciendo bueno el refrán que dice “cuando marzo mayea, mayo marcea”, las lluvias han llegado con fuerza a la práctica totalidad de la geografía española. Un hecho que, si bien no ha sido todo lo positivo que debiera, al haberlo hecho acompañado de episodios de granizo y fuertes trombas que generaban inundaciones de cierta importancia en algunas localidades; sus efectos deben ser valorados muy positivamente, no ya sólo para una agricultura que ya daba por perdidas las producciones de muchos cultivos, como pudiera ser el viñedo; sino incluso para aquellos otros en los que, habiendo llegado tarde, dotarán a la tierra de unos recursos hídricos imprescindibles de cara a nuevas cosechas.
Si bien, hay que destacar que, siguiendo con las tradiciones, nunca llueve a gusto de todos, y para muchos viticultores la llegada de estas lluvias ha tenido efectos limitados sobre su cosecha. Pues han hecho acto de presencia cuando la planta ya se encontraba totalmente brotada, con muestras muy desiguales dentro de la misma parcela y sarmientos de escaso tamaño. Ahora habrá que confiar en que esta agua iguale la vid y le permita un desarrollo normal.
Efectos en los que no todos confían y, no sé si poniendo la venda antes de hacerse la herida, ya han comenzado a vaticinar cosechas muy reducidas y fijado bandas de precios en las que debieran situarse los precios de las uvas en la próxima vendimia.
Reclamación que, de una forma más o menos contenida, no han pasado por alto algunos grupos bodegueros que se han apresurado a anunciar su intención de reducir, de manera considerable, el número de operaciones de contratación de uva. Llegando incluso a declarar que no pueden garantizar el cumplimiento de los contratos plurianuales que pudieran tener firmados.
Cuánto hay de realidad detrás de estas declaraciones, de unos y de otros, y cuánto de sobreactuación en aras de contar con el escenario más conveniente para la defensa de sus intereses, es algo que sólo allá por el mes de octubre sabremos. Pero que, de cualquier forma, sea cual sea el resultado, sigue diciendo muy poco de nuestro sector y de sus posibilidades de desarrollo hacia un mejor posicionamiento en nuestros vinos y mayor valorización.
No entender que en el barco que nos conduce al puerto de una mejor imagen y precio de nuestros vinos vamos todos, es no querer entender que la viabilidad de nuestros viñedos y bodegas pasa por la valorización de sus productos.
Ni las ayudas a la reestructuración van a hacer que el cultivo sea lo suficientemente rentable como para atraer a nuevas generaciones al sector y evitar la despoblación de nuestro campo. Ni ser los que vendemos el vino más barato del mundo nos garantizará la colocación de la producción en los mercados.
Producir más requiere de eficiencia en la gestión de los recursos, siendo el agua el más importante. Ceder la producción con un margen que roza el cero, para que sean otros los que lo hagan llegar al consumidor; aceptar la posibilidad de que llegue otro que sea capaz de hacerlo más barato que nosotros. Algo de lo que, teniendo en cuenta los efectos climáticos a los que deberemos amoldarnos y los costes de insumos y mano de obra; no estamos lejos.