Llevamos ya un cierto tiempo en el que el sector, a través de sus diferentes agentes, viene reclamando la adopción de medidas que vengan a poner freno a la situación de desequilibrio del mercado. La que califican de profunda y de la que consideran que es imposible salir, sin implementar acciones extraordinarias.
Y algo así debe pensar nuestro Ministro de Agricultura, Luis Planas, a juzgar por las declaraciones efectuadas el pasado 16 de marzo a ‘Canal Extremadura’ en las que recomendaba que el sector vitivinícola español “no debe entrar en pánico por la situación que atraviesa”. Justificándola al considerar que el “desajuste entre la oferta y la demanda y el descenso de los precios (entre un 5 y un 7%) no se debe a una gran crisis”, aunque sí reconozca un horizonte de preocupación.
Sin duda, valoraciones fundamentadas y tranquilizadoras, como deben ser todas las que emanan de quienes tienen, entre sus muchas funciones, evitar que pueda cundir el pánico. Pero que fueron acompañadas de un total apoyo a la solicitud de una destilación de crisis (medida extraordinaria) presentada por Francia ante Bruselas y que, como ya hemos comentado en estas mismas páginas, estaría dotada de un presupuesto de 160 M€ cofinanciada con fondos de su Plan de Apoyo Nacional y el Ministerio de Agricultura. Toda una declaración de intenciones sobre la conveniencia de buscar alguna forma de acelerar la resolución de un problema que el tiempo no acaba de resolver.
Aunque hay que reconocer que, en temas relacionados con su Ministerio, hay un factor que lo puede cambiar todo de manera repentina. Un componente que ya fue utilizado la semana pasada por el Gabinete al que pertenece Luis Planas para justificar la subida de los precios y el mantenimiento de la inflación subyacentes. Me estoy refiriendo a la climatología.
Pocas lluvias, temperaturas inusualmente altas y unos antecedentes de cosecha corta y “poca madera” en la viña, permiten albergar la esperanza de que la ecuación del mercado encuentre su equilibrio por la parte de la oferta con una cosecha 2023 corta, más corta que los dos precedentes.
Aunque, mucho me temo que la solución al desequilibrio que presenta el sector vitivinícola español no esté, ni en la posible destilación de crisis que autorizase Bruselas, ni en una cosecha reducida. Efectivamente, ambos factores, junto a otras medidas como la cosecha verde, ayudarán a solucionar la falta de operatividad, mucho más pronunciada en tintos que blancos, del mercado; a recuperar sus precios y mirar al horizonte con algo menos de preocupación de la que conflictos bélicos, quiebras bancarias, barreras arancelarias, pandemias y un largo etcétera de acontecimientos históricos nos permiten.
Pero seguirían sin servir de nada si a lo que nos estuviésemos enfrentando se tratase de un problema estructural, con origen en una reducción del consumo y un desplazamiento de la producción y reducción de la competitividad de los vinos europeos y, en la franja baja del producto y más sensibles a los cambios, los españoles.
Los datos de existencias de enero no parecen indicar niveles preocupantes y mucho menos para la paralización que estamos sufriendo. Sólo confío en que el Ministro no se equivoque y no nos estemos enfrentando a una gran crisis.