Que los árboles no nos impidan ver el bosque

Son ya muchas las semanas que llevamos poniendo en relieve el mal momento por el que está atravesando el sector vitivinícola, global, no solo español, consecuencia de problemas que nada o bien poco tienen que ver con él, pero que le han hecho sumirse en la paralización comercial más profunda, resultado de una caída del consumo.

Hemos intentado aportar todo tipo de cifras, aquellas relacionadas con el consumo en el mercado interior, provenientes del consumo aparente extraído de los datos del Infovi; las del comercio exterior, con un detalle pormenorizado de las exportaciones y el comportamiento tan dispar que han tenido volumen y valor en estos meses. De las existencias con las que iniciábamos la campaña en los principales países productores, no solo de nuestro ámbito geográfico sino incuso de aquellos otros que tienen algo que decir en la producción mundial. Las cifras de estimación de la cosecha que nos permitieran conocer al detalle aquellos volúmenes por tipo y zonas de cada uno de los más destacados elaboradores. Gracias a nuestros corresponsales hemos tenido la oportunidad de seguir detalladamente los efectos de las últimas heladas y sus posibles consecuencias en la cosecha del 2023.

Y aún con todo y con eso, esta semana debemos volver sobre el tema para insistir en la impresión de que no son ni cifras de producciones, ni evolución de las exportaciones, ni tan si quiera la evolución del consumo y, muchísimo menos, presumibles operaciones de importación, las que están haciendo que nuestros elaborados se las estén viendo muy mal para encontrar el acomodo que en otras campañas ya hubiesen tenido.

La gente tiene (tenemos) miedo a lo que nos pueda venir. El descomunal e histórico incremento que han sufrido los costes energéticos deberá acabar repercutiéndose en los precios finales del vino, los márgenes con los que opera el sector son, sencillamente, incapaces de poder soportarlos. La continua subida de los tipos de interés está teniendo consecuencias nefastas sobre los costes financieros, no solo de las hipotecas, que son los que parecen preocupar únicamente a nuestros políticos, también los que hacen que nuestras empresas funcionen en su día a día; sin que sus efectos sobre la inflación consigan reflejarse de forma clara y contundente. Los costes en sectores residuales hasta ahora, como son el propio armamentístico adquieren un notable protagonismo y requieren del esfuerzo de todos los países de nuestro entorno.

Y todo ello bajo un cambio sustancial, todavía por dilucidar y que puso sobre la mesa la pandemia del Covid’19, mostrándonos extraordinariamente dependientes, sobre cuál debe ser el papel de la Unión Europea, a la hora de abordar la producción de productos básicos como los mismos cereales, pero también tecnológicos como los microchips, de fuentes de energía y el papel de la energía nuclear, incluso la obtención de algunas materias primas.

Un panorama, inimaginable, nada deseable y que está afectando a la economía mucho más allá de estilos de vida, momentos de consumo o tipos de vino.

Por cierto que, aquellos que tengan curiosidad por saber cuánto del mosto declarado en stock por Italia, corresponde a cada una de las categorías: concentrado, concentrado rectificado y otros mostos, pueden encontrar la información detallada en nuestra web del 15 de noviembre.

Un sector vitivinícola en un delicado equilibrio

Los delicados equilibrios en los que se encuentra el sector vitivinícola dentro de la Unión Europea son tales que cualquier atisbo de cambios hace que nos tiemblen las piernas. Puesto que sabemos, o al menos podemos intuir con un alto grado de certeza, que cualquier reforma será a peor.

Si se trata de un tema presupuestario, veremos reducida la dotación, como ya ha sucedido con la reforma de la PAC y la puesta en marcha de las ISV para el periodo 2023-27; aumentadas las exigencias e impuestas condiciones tan generalistas que las hacen difícilmente aplicables en nuestro sector.

Si, por el contrario, se trata de un tema de protección, como son las propias indicaciones geográficas; la situación no es mucho mejor, y las amenazas sobre una modificación sustancial que cuestione la propia filosofía que supone una Denominación de Origen le sustraen importantes conceptos de su propia razón de ser, amenazando su diferenciación del resto de indicaciones de calidad y poniendo en peligro el reconocimiento de esas características diferenciadoras de las indicaciones vitivinícolas. Por no entrar en detalles más preocupantes como pudiera ser el que se pretenda centrar su relevancia en el papel de marca colectiva, obviando aspectos tan importantes como los de protección y cuidado sostenible (medioambiental, social y económico) o certificador; por citar algunos de ellos.

Claro que, si en lugar de centrarnos en estos aspectos propios del sector vitivinícola, nos fijamos en aquellos otros más generales relacionados con los impuestos o el etiquetado, entonces el futuro no solo es preocupante, sino que su aplicación pudiera tener consecuencias irreversibles, en un tiempo relativamente corto, que requeriría de otro tipo de ayudas dirigidas a paliar esas consecuencias.

Que el sector debe hacer frente a los cambios que se han producido en la propia concepción del vino y sus momentos de consumo; así como su contenido alcohólico; presenta algunos retos sociales que debe afrontar, preferiblemente, con una autorregulación. Que esa asunción venga condicionada por la intención de incluir al vino en el paquete de las drogas o el tabaco, aplicándosele las mismas normas encaminadas a reducir a la mínima expresión su consumo (cuestionando, me atrevería a decir, la propia cultura y tradición europea, y cayendo en el absurdo de considerar a todos los alcoholes iguales) es mucho más que “facilitar elecciones informadas al consumidor”. Es pretender dirigir al consumidor en sus elecciones de consumo.

Expulsar al vino del grupo de alimentos, pero exigirle un etiquetado alimenticio y aplicarle un sistema de calificación tipo Nutriscore en el etiquetado frontal, junto a la graduación y la información nutricional (calorías), así como la lista de ingredientes (aunque, de momento, nos permitan hacerlo de manera online con un código QR) es, en sí mismo, un absurdo al que algunos europarlamentarios no renuncian incluso a endurecer, bajo la presentación de una nueva propuesta legislativa dentro del Plan Europeo de Lucha contra el Cáncer.

Datos que confirman la paralización del mercado

Son ya muchas semanas en las que el mercado muestra un extraño comportamiento comercial. Escasas operaciones, limitadas a la más estricta reposición y adquisición de partidas muy especiales, provocan precios nominales para unos productos en los que ni la calidad, ni la oferta, parecen tener la más mínima influencia. Todo el mundo parece haber entrado en una especie de estado de reposo, en el que poner en letargo las compras, de vino, pero también de los otros elementos incorporables que lo acompañan en su vestimenta y puesta a disposición del consumidor: botellas, cajas, etiquetas, cápsulas, corchos… es su principal objetivo.

Es como si el mañana no existiera. Como si no pesaran tanto los márgenes en las estrategias empresariales, como la prudencia por mantener a raya los almacenes y lo mejor dotadas posible las cuentas corrientes.

Posición que parecemos compartir los consumidores, más retraídos en nuestras adquisiciones y fuertemente preocupados por un encarecimiento espectacular del crédito, como se encargan en repetirnos desde todos los informativos constantemente, con la subida del Euribor y su repercusión en la cuota de la hipoteca.

Con pocos fundamentos para entrar en discusiones estériles sobre las causas que nos han traído hasta aquí, o el peso que en toda esta situación tiene el vino y la viticultura; los datos “enmascarados” del consumo no hacen más que avisarnos de la situación.

Y digo enmascarados porque su comparación con un año donde la pandemia redujo drásticamente el consumo, sigue arrojando crecimientos positivos. Cuando la realidad es que, desde febrero, el consumo aparente que nos proporciona el Infovi no deja de caer. Mostrado una aceleración de la caída en el último cuatrimestre (junio-septiembre) muy preocupante.

Ya no es que caiga el consumo de vino, como lo están haciendo todos los productos, especialmente los no básicos; es que esta situación nos retrotrae a un momento nunca antes vivido como fue una pandemia mundial y en el que los Estados de la Unión Europea decidieron tomar medidas colegiadas con las que hacerle frente.

Cuando ahora, con todos los frentes de aquellas medidas abiertos, las circunstancias macroeconómicas de una desbocada inflación obligan a adoptar medidas fuertemente restrictivas, encaminadas a enfriar la economía, especialmente la doméstica. Haciendo muy previsible que esta situación se acentúe en los próximos meses y vaya más allá en el tiempo que un ejercicio, afectando a toda nuestra área de influencia económica y teniendo repercusiones, no solo en el mercado interior, sino también en nuestras exportaciones. Como así empiezan a mostrarlo los datos de los que disponemos del mes de agosto.

Mejorar el precio unitario, como ha sucedido en todas las categorías, tanto si hablamos de envasados como de graneles, no debe hacernos caer en el mismo error de percepción de crecimiento del consumo aparente. Pues ni este es tal, ni los precios de nuestras exportaciones son positivos, pues detrás de ellos hay una realidad de caída en el volumen de todas nuestras categorías. Solo los espumosos, aguja y bag-in-box, y siempre y cuando estemos hablando de envasados, consiguen incrementos en el volumen acumulado entre enero-agosto.

Cifras que corroboran un entorno de prudencia en el consumo

Las vendimias, más concretamente su producción, siguen acaparando la atención del sector. No ya tanto por lo que de novedad pudieran suponer, ya que las estimaciones que se manejan por todos los colectivos resultan bastante similares y en ningún caso suponen unos escenarios muy diferentes; como por la escasa actividad comercial que están generando.

Si la Unión Europea cifraba la producción de vino (excluido el mosto) en 157’187 millones de hectolitros, el lunes la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), daba a conocer su estimación y la situaba, a nivel mundial, en 259’9 Mhl. Cifras que apenas difieren poco menos de un par de millones sobre las del año pasado y que se sitúan en la más valiosa de las cualidades que cualquier mercado desea: la estabilidad.

Sorprendente para las alturas de campaña en las que nos encontramos y preocupante, porque los italianos, que hasta ahora eran los que “movían” el mercado con sus operaciones, en esta campaña se han dedicado a acudir al mercado con sus producciones, dejando fuera a nuestras bodegas y cooperativas.

Sin duda, una situación que deberá corregirse dada la competitividad de nuestras producciones, palmaria en los datos que ofrecen las cifras de comercio exterior correspondientes al mes de agosto y cuyos datos anuales (enero-agosto) ponen de manifiesto un buen aumento del valor +5’8% en productos vitivinícolas y del 4’9% si nos referimos solo a vino, pero que se ve fuertemente contrarrestado por un volumen que muestra una clara pérdida de consumo.

Un 10’8% de disminución en el volumen de vino exportado, con pérdidas que, en el caso de los tranquilos envasados con D.O.P., llegan al 13’2%, y que, en el caso de esa misma categoría a granel, alcanza una caída del 21%. Similar situación a lo sucedido con los vinos sin D.O.P./I.G.P. que cuando hablamos de envasados, que pierden el 14’7% en volumen, pero que cuando nos referimos a graneles, esa disminución llega hasta el 16’4%; pero que es mucho más preocupante.

De poco consuelo resulta que los precios unitarios hayan aumentado en todas las categorías, tanto si hablamos de envasados como a granel.

Dos millones trescientos mil hectolitros, uno setecientos mil, si hablamos solo de vino, que es la cantidad que se nos ha quedado sin vender con respecto al mismo periodo del año anterior; no es una cantidad que debiera preocuparnos, si no fuera porque viene a sumarse a la tendencia negativa que muestra nuestro consumo interno en los últimos seis meses.

Todo ello en un horizonte de gran inestabilidad, tensiones inflacionistas y serio riesgo de estanflación.