Un nuevo ISV con una visión más comercial

Tras la reforma de la PAC el Consejo de Ministros aprobaba, en su reunión del 25 de octubre, el Real Decreto por el que establece las bases del nuevo sistema de los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE); que pasa a denominarse Intervención Sectorial de apoyo al sector del vino (ISV). Su aplicación será a partir del 2024 y hasta 2027, cuando haya finalizado el actual período quinquenal 2019-2023 del PASVE. En él se establecen la normativa básica nacional para las ayudas, que pasan a denominarse intervenciones y tienen un marcado carácter medioambiental, de adaptación al cambio climático y sostenibilidad; manteniendo como finalidad la de aumentar su competitividad.

La dotación anual pasa de los cerca de 210’332 millones de euros de los actuales PASVE a 202’147 M€, una rebaja que, con ser importante, no debiera alarmarnos en demasía, especialmente teniendo en cuenta los recortes que ha sufrido la PAC y que somos uno de los pocos sectores que las mantiene.

Las intervenciones elegidas por España siguen siendo las mismas: la reestructuración y reconversión de viñedos; las inversiones materiales e inmateriales en instalaciones de transformación y en infraestructuras vitivinícolas (bodegas), así como en estructuras e instrumentos de comercialización; la denominada cosecha en verde (solo aplicable en casos excepcionales); la destilación de subproductos de la vinificación y las actividades de promoción y comunicación en terceros países.

La intención del Ministerio es aprovechar estos fondos para mejorar las ventas y, en especial, aumentar el valor añadido, por lo que a las medidas de promoción e inversiones se les dotará con una mayor proporción de los fondos de los que con el actual PASVE disfrutaban.

La de reestructuración y reconversión, será la que, al igual que sucediera en los años 2020 y 2021 en los que por cuestiones del cierre de los mercados por la pandemia hubo que destinarse cerca de ocho millones y medio (4 y 4’5 respectivamente) a la cosecha en verde, pierda más dotación. Destinándosele 60.644.100 euros, un 30% del total, frente los 75’55 M€ que acaparó en el 2019 o los 64’14 del 21.

En este caso, está previsto que se dé un giro en los criterios de asignación y se prioricen las de producción en cultivo ecológico, las de Asociaciones de Tratamientos Integrados (ATRIAs) y aquellas que tengan un enfoque más sostenible, disminución de densidades de plantación, variedades más adaptadas y sistemas de conducción del viñedo más sostenibles.

Los fondos para la promoción e inversiones serán iguales, 55’59 M€ para cada una, un 27’5% del presupuesto frente el 21’77% y 26’57 del que disfrutaron respectivamente en el del 21. Para la asignación de las destinadas a inversión en bodegas, los criterios que priorizarán serán los que contengan medidas en eficiencia energética, energías renovables, las que cuenten con certificación medioambiental, gestión y tratamientos de residuos, depuración de efluentes líquidos y producción ecológica.

Mientras que la destilación de subproductos pasará de 35’426 M€ del 2021 (17’59%) a 30’332 (15%).

No sé si suficiente apuesta por el mercado y el valor de nuestra producción, pero sí al menos una apuesta decidida por el futuro del sector.

Pequeños ajustes para un sector que se mantiene expectante

Ante la sucesión de los acontecimientos, muchos de ellos totalmente ajenos al propio sector vitivinícola, pero altamente influyentes por las graves repercusiones que ellos tienen sobre el consumo; se abre la posibilidad (mejor, la necesidad) de preguntarse hasta dónde pueden llegar estas afecciones.

Sabemos, con total certeza que se van a traducir en un menor consumo. Los datos más actualizados y fiables de los que dispone el sector, los del Infovi, así lo vienen manifestando desde hace medio año. Las exportaciones, también se verán afectadas, ante las menores necesidades de nuestros compradores, al disponer de vinos con los que hacer frente a su demanda. No sabemos si solo en su aspecto cuantitativo o también económico, pero eso es algo que apenas tiene importancia; ya que no es previsible que el precio unitario vaya a bajar en cuantía suficiente como para que llegue a serlo. No en vano, la fuerte devaluación del euro frente al dólar juega a nuestro favor. Lo que es nefasto para todas las importaciones de materias primas y energía de las que debemos abastecernos fuera del ámbito económico del euro y que están suponiendo una elevación de los costes de producción que, más tarde o temprano, habrá que pensar en repercutir en los precios finales. De momento, el cambio euro/dólar nos está ayudando en nuestras ventas pues, de facto, supone una rebaja en los precios.

Hasta el momento, y no es previsible pensar que esto pueda cambiar, salvo que la situación en la que nos encontramos se complique mucho más de lo que lo está actualmente; el sector debe mostrarse firme. Inoperante, pero firme. No es previsible que su estructura: superficie, bodegas, exportadores o proveedores vayan a cambiar mucho. Y, aunque habrá pequeños ajustes, como el que ha tenido lugar en la superficie plantada de viñedo de uva de transformación en España, que se ha visto reducida en 7.989 hectáreas en la campaña 2021/22 (a 31 julio 2022) sobre las 945.770 con las que contábamos a la misma fecha del año anterior. Un 0’84% que representan esas cerca de ocho mil hectáreas perdidas en superficie o las 7.815 (-0’8%) en el potencial de producción; que debería enmarcarse dentro de la evolución normal del sector.

Por cierto, que, al hilo de la superficie, conviene resaltar el paso atrás dado en la intención del Gobierno de prohibir la quema de restos de poda. Así como la flexibilización de las prácticas agronómicas de los eco-regímenes de Agricultura: cubiertas vegetales e inertes de la PAC 2023. Permitiéndose labores superficiales en las cubiertas vegetales, la aplicación de fitosanitarios de manera excepcional o la reducción a 4 meses del periodo obligatorio entre el 1 de octubre y el 31 de marzo.

Un Infovi de agosto que viene reflejar en sus cifras la situación del sector

Dos circunstancias caracterizan la campaña 2022/23: el adelanto de las fechas en las que se han producido las tareas de vendimia y la paralización de los mercados. Para la primera encontramos su explicación en el “anómalo” comportamiento climático, marcado por una severa sequía que todavía hoy se prolonga, dejando en mínimos históricos nuestras reservas hídricas, y numerosas olas de calor que se sucedían unas a otras, sin prácticamente separación entre ellas.

Para la segunda, la referida a los mercados habrá que buscar las razones en una situación internacional ciertamente extraña y preocupante. Donde la incertidumbre campa a sus anchas y se hace más necesaria que nunca la prudencia. Actitud que bien han sabido aplicar unas bodegas que observan cómo crecen sus precios de exportación, pero lo hacen a costa de vender menos litros y botellas, que de todo hay.

Y a pesar de ello, o como consecuencia, no sabría muy bien ordenar los acontecimientos, vamos enfrentándonos a situaciones que, en condiciones normales, serían imposibles de entender y explicar.

Una estimación inferior a nivel europeo de la que no escapa nuestro país, podemos verla reflejada en los datos recientemente publicados por el Infovi correspondientes al mes de agosto. En el que las dos semanas de antelación con las que empezaron a recogerse los racimos y elaborarse los vinos, se han traducido en unas cifras de una menor entrada de uva en las bodegas del 8’6% y una elaboración de vinos todavía más baja consecuencia directa del menor rendimiento que presentan las uvas, motivado por su severo estrés hídrico. Dos aspectos, producción y rendimiento que, a tenor de la información y las valoraciones emitidas por los productores en los últimos días, deberían verse mejorados con los datos de septiembre, gracias a las lluvias caídas en la última semana de ese mes y que fueron muy bien recibidas por las viñas que, de forma, más o menos inmediata, fueron capaces de transformar en kilos y rendimiento.

Sobre lo sucedido con el dato de consumo aparente y cuyo crecimiento del 9’0% en dato interanual, conviene observar que, lejos de suponer una buena noticia, detrás de él se esconde la confirmación de una tendencia negativa en su comportamiento que se viene produciendo desde el pasado mes de febrero, con caídas constantes y que solo se explican al compararlo con un momento tan especial de la pandemia.

Las cifras de nuestras existencias de vino y mosto son un 3’4% inferiores, todo ello gracias a los blancos que se reducen un 8’8%, mientras los tintos aumentan el 0’4%. Con un 4’9% menos en graneles, pero un 2’2% mayores en envasados. Destacando por colores el aumento del tinto envasado de un 4’3% y una reducción tan solo del 1’7% en tintos a granel frente el 10’5% que se redujeron los blancos sin envase. También explicarían el comportamiento de los precios en esas semanas.

Incertidumbre ajena al sector

De preocupante podría calificarse la paralización que vive el sector, pues, si bien en otras ocasiones hemos asistido a momentos en los que una de las partes parecía no querer saber nada de los vinos o mostos y limitaba sus contactos al estricto mantenimiento y reposición mínima de existencias; en la actualidad, es que no hay nadie que dé señales del más mínimo interés por acercarse al mercado y tantear la situación. Aunque tan solo fuera por saber si existe alguna posibilidad de cerrar alguna transacción en condiciones muy ventajosas.

Sin duda, una parte del problema reside en el sector y los datos de existencias, así como las estimaciones de cosecha, que también tendrán su parte de responsabilidad. Pero, con certeza, debe haber algo más, algo que nada tiene que ver con el sector, algo mucho más elevado que esté relacionado con la situación política, económica, social y bélica en la que estamos inmersos.

Y es que, si la experiencia nos ha demostrado que todo es susceptible de empeorar y que mejor no demos por superado algo que puede complicarse hasta el infinito y más allá. La situación no deja de sorprender. Unas existencias contenidas, una producción en el margen inferior de la horquilla y un contexto que podríamos extender al resto de los principales países productores; no se corresponden con la parálisis y ausencia de interés de las que estamos siendo testigo.

Coyuntura que empieza a tener su reflejo en los datos sectoriales publicados y referidos tanto al consumo interno como exterior. Pues si bien, al partir de un año en el que la pandemia todavía formaba parte de nuestras vidas y sus efectos en el consumo eran todavía muy palmarios, los datos interanuales pudieran llegar a parecer hasta alentadores. Lo cierto es que, viendo cuál es el escenario de los últimos meses, nos llevan a una realidad bien distinta. ¿Consolidada?, pues no lo sé, pero sí, al menos, preocupante.

Todos sabemos, al margen de debates políticos (que encierran mucho más de interés electoral que de verdaderas medidas de calado en las reformas propuestas), que nos encontramos inmersos en una circunstancia excepcional y que, como tal, es necesario “enfriar” la economía para bajar la inflación. Pero tenemos que hacerlo con sumo cuidado, no vaya a ser que nos pasemos de frenada y entremos en recesión. Pero, al mismo tiempo, necesitamos aumentar la renta disponible de unas familias y empresas que están viendo crecer los costes de manera descontrolada e inasumible, al no poder ser traslados al precio final de los productos en toda su cuantía. Que esto está restando capacidad de ahorro, una posibilidad que para una inmensa mayoría está totalmente esquilmada. Bajo un escenario de tipos de interés crecientes y fuertes restricciones al crédito que dificultan mucho la financiación y anuncian aumentos peligrosos de morosidad.

No podemos, por tanto, sorprendernos (sí preocuparnos) en un escenario como el actual de que el interés de los operadores se encuentre muy contenido y que todos quieran trasladar al otro los posibles costes que suponga la inmovilización de un producto del que existe la total seguridad de poder abastecerse cuando escampe la situación y el horizonte anuncie una recuperación del consumo.