Precios contenidos en las uvas

A pesar de que apenas ninguno de los grandes acontecimientos que nos esperan en esta nueva campaña tiene nada ver con el sector vitivinícola, su relevancia es tal que sus consecuencias deberán ser de una importancia sublime en la industria del vino.

Pensar que la situación económica que estamos viviendo, con tasas de inflación en máximos históricos, depreciación del euro frente al dólar, aumento vertical de los referentes de préstamos, especialmente el Euribor… no nos va afectar sería una ilusión que no nos deberíamos permitir. La restricción del crédito acabará perjudicando a nuestras empresas, bodegueros y viticultores, que lo tendrán mucho más complicado para acceder a la financiación necesaria para desarrollar su día a día, pero también para llevar a cabo sus proyectos de inversión. La disminución de la renta disponible restará capacidad de gasto a los consumidores y los productos que más se verán afectados serán aquellos que no son ya básicos, entre los que se encuentra el Vino.

Pensar que ello vaya a modificar sustancialmente el volumen de consumo aparente de nuestro país, actualmente situado en 10’461 millones de hectolitros, todavía lejos de los 11’088 que alcanzábamos en el mes de febrero de 2020, justo antes de la declaración de la pandemia de marzo y que ponía freno a un crecimiento sostenido iniciado en diciembre del 2018 con los primeros resultados de las campañas puestas en marcha por la Interprofesional del Vino con el objetivo de recuperar el consumo en España, sería un escenario demasiado catastrófico que no me planteo.

El problema lo tenemos cuando proyectamos cuáles pueden ser los efectos que tenga sobre nuestras exportaciones la crisis en la que estamos envueltos a nivel mundial, o mucho más claramente, europeo. Nuestro Top 5 lo integran: Francia, Alemania, Italia, Portugal y Reino Unido, entre todos ellos acaparan, prácticamente, dos tercios de nuestras exportaciones (61%) con cifras a junio’22. Y todos ellos han disminuido el volumen de sus importaciones, Alemania, Italia y Portugal a razón de dos dígitos, como también lo ha hecho Estados Unidos que ocupa el sexto puesto.

Las cosechas van ser cortas, las existencias sostenidas con un volumen de 39’309 Mhl frente los 41’745 del año anterior (-5’8%). Y, en cambio, en las cotizaciones que se van conociendo de los precios a los que están cerrándose los contratos por las uvas parece estar pensado más toda la situación global, que la estrictamente relacionada con el sector vitivinícola.

¿Será así en las próximas semanas y acabarán viéndose afectadas las exportaciones?

Lo difícil de la normalidad

Entre playas y chiringuitos pasan los días y el tórrido verano va dando lugar a unas vendimias que han tenido que tomar el protagonismo quince días antes de lo que hubiese sido esperable.

No sabemos muy bien (o sí, pero no seré yo quien ose afirmarlo con rotundidad) si como consecuencia del cambio climático, o por vicisitudes de la campaña. El caso es que el adelanto, entre 10 y 15 días de las primeras labores de corte de uva, se ha convertido en la tónica habitual de todas nuestras comarcas. Llegándose incluso a superar el mes en algunas de ellas.

Un buen comportamiento de la climatología, con lluvias suficientes en la primera mitad de la primavera, para dar paso a una segunda parte y a una estación estival en las que las precipitaciones han permanecido ausentes, con intensas olas de calor, que nos llevaban a superar los cuarenta grados en amplias zonas de nuestra geografía; sitúan nuestras reservas hídricas por debajo del 37,9% y a un buen número de comunidades autónomas con pueblos donde se han tenido que aplicar restricciones al consumo de agua. Estas circunstancias se han convertido en argumentos recurrentes a la hora de explicar un adelanto en las vendimias que venimos soportando y que bien podríamos empezar a plantearnos ya como habituales.

Lo que ya no sabemos es si, a ese cambio en las fechas “normales” de vendimia, también deberíamos comenzar a valorar su aplicación cuando nos refiramos a las producciones. Hablar de “normalidad” cuando llevamos un número de cosechas tan importante en el que no se dan esas circunstancias que nos permitían hablar de la generalidad o más habitual es algo que nos debería llevar a buscar algún otro referente más claro, preciso y ajustado a la realidad tan cambiante que estamos viviendo. Pues, si bien es cierto que aquellos países con producciones históricas mucho más estables que nosotros comienzan a sufrirlas también; somos, con diferencia, de entre los principales países productores, el que más volatilidad presenta en sus cosechas.

Hablar de fechas “habituales”, como de cosechas “normales”, con un cambio climático tan evidente y caracterizado por una radicalización de los episodios de lluvias, con frecuentes DANAS (Depresión Aislada en Niveles Altos, antigua gota fría) con ocasión de las elevadas temperaturas a las que se encuentra el agua del mar, o de reventones convectivos (vientos de alta velocidad que se dirigen hacia abajo y hacia afuera del punto de aterrizaje de la superficie) y otros fenómenos, es complicado.

Episodios cada vez más extremos y frecuentes que están generando un efecto notable sobre las cosechas, también la de la uva de vinificación y, dado que esto no parece que sea flor de un día, sino el anuncio de una nueva etapa climática, hacen muy difícil la elaboración de cualquier plan estratégico por parte de las bodegas, restando eficiencia a unas medidas de apoyo al sector que igual deben hacer frente una campaña a incentivar la retirada del mercado de una parte de producción, como al año siguiente se cuestiona la disponibilidad suficiente con la hacer frente a sus necesidades. Por no hablar de lo complicado que resulta la realización de cualquier pronóstico de producción, aunque sea grosso modo, cuando en la fase I (agraz) las expectativas son de una gran cosecha y en la de traslúcido o maduración las expectativas han cambiado radicalmente.

Un horizonte de elevados precios, ¿también para las uvas?

A diferencia de lo que sucedía a finales del mes de mayo, apenas unas semanas han bastado para dar al traste con una parte importante de las excelentes previsiones que se barajaban. Entendiéndose que una mayor cosecha siempre es una buena cosecha, con independencia de cuál sea la situación del mercado y el peso que sobre las cotizaciones puedan estar teniendo las existencias.

Si por aquel entonces (parece que estemos hablando de la prehistoria), los había que, con todas las reservas naturales en este tipo de estimaciones, situaban la cosecha 2022 en el entorno de los cincuenta millones de hectolitros. Ocho semanas después y tras un carrusel de olas de calor y ausencia de lluvias, ya nadie piensa que esos niveles pudieran darse y prácticamente ninguno se atreve a vaticinar con una cosecha mayor a los 40’048 millones del año pasado.

Una de las vendimias más cortas de nuestro pasado reciente, solo empeorada por la del 19/20 en la que se cosecharon 37’728 millones de hectolitros, o los 35’467 de la 17/18. Devolviéndonos a las campañas 11/12 y 12/13, en las que tuvimos que hacer frente a dos campañas cortas consecutivas, 38’860 y 35’596 Mhl, respectivamente.

Parece que, ni la profesionalización del sector, ni el aumento de regadío o el control de plagas y enfermedades son herramientas suficientes con las que enfrentarnos a las consecuencias de un cambio climático, que evoluciona a marchas forzadas y nos muestra sus peores efectos con una antelación de más de una década sobre las estimaciones más favorables.

El que no parece conseguir mantener el ritmo de crecimiento iniciado en enero del 2021, tras un año de fuertes caídas, es el consumo en nuestro país. Estimado en 10’44 millones de hectolitros en a mayo’22, un +11’1% en tasa interanual (TAM), pero que se sitúa por debajo de los 10’63 alcanzados en el mes de febrero de este año.

Otros de los cambios que parece estar confirmándose es el de la recuperación del consumo en el canal Hostelería, cuyo crecimiento, según datos de Nielsen IQ ha sido del 40’8% en TAM abril-mayo 2022, frente un canal de Alimentación que muestra señas de agotamiento cayendo un 6’6%

Datos que vienen a confirmarse si atendemos al parámetro del valor, pues si en cifras absolutas los reembolsos crecen un 13% frente el 4’9% que lo ha hecho el volumen. Descontado el efecto inflación los precios caen ligeramente.

Sea como fuere, el caso es que, ni estos datos, ni las perspectivas que se tienen de lo que podría suceder en los meses de julio y agosto hacen pensar en escenarios más negativos. La evolución de las reservas, la llegada de turistas y la disposición a gastar demostrada por los consumidores, dejando a un lado lo que pudiera depararnos el nuevo curso, hacen prever más caídas que las estrictamente técnicas derivadas de un aumento de precios que, en el caso de los vinos, será imposible de repercutir en toda su extensión, aumentando menos de lo que lo haga la media nacional.

Si esto mismo será lo que acabe sucediendo con los precios de las uvas es la gran pregunta que todos nos hacemos y a la que nadie parece encontrarle respuesta en estos momentos.