Las estadísticas desfasadas y su relativa utilidad

Una, si no la mayor, de las utilidades que tienen los datos, especialmente los numéricos, es la de cuantificar lo que ya ha sucedido. Pero no es menos cierto que, no en pocas ocasiones, nos permiten hacer proyecciones con las que intentar anticiparnos a lo que está por venir.

Tradicionalmente este ha sido un asunto bastante “escabroso” en el sector vitivinícola, pues no solo ha dispuesto de poca información, sino que cuando la ha tenido ha sido muy tarde. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en la recién publicada estimación de cosecha 2021/22 del Ministerio de Agricultura, publicada, a través de su Avance de Producciones, durante el pasado mes de mayo cuando los propios datos del Infovi venían anticipándola desde el mes de noviembre. O en los propios relacionados con el consumo, parciales y desfasados.

A pesar de ello, el sector ha sabido evolucionar y encontrar en el Infovi esa fuente de información mensual de la que ir nutriéndose de cifras que sirvan para explicar lo que sucede en los mercados y permitan formular proyecciones con un cierto sustento que las hagan válidas.

Pero no solo a nivel nacional suceden estas cosas, también la Unión Europea, a través de la Comisión, acaba de hacer público el avance de la producción de la cosecha 2021/22, el cuál difiere sustancialmente del inicialmente publicado en octubre. Pasar de 147,7 millones de hectolitros que avanzaba por aquel entonces, a los 158,7 que finalmente fija es un volumen (10,99 Mhl) lo suficientemente importante como para no pase desapercibido.

Especialmente por dos razones. La primera de ellas, que no sé si la más importante, porque hemos pasado de una cosecha que se estimaba inferior a la anterior en un 13,42% a reducir a la mitad la caída, hasta dejarla en un 7,44%. Con las consabidas consecuencias que ello supone a la hora de calcular las necesidades que deberían cubrirse mediante la transmisión entre unos países y otros.

La segunda, resaltar el hecho de que sea Italia, el país que concentra algo más de la mitad de ese volumen de más con el que cuenta Bruselas de vino y mosto. Habiendo pasado de previsión inicial de 44,55 a 50,416 Mhl. Seguida de Francia que pasa de 33,327 a 37,132 Mhl; y Portugal con una diferencia de 0,887 al acabar su cosecha en 7,359 Mhl. Siendo, curiosamente, España uno de los países que más acertó en su previsión de octubre, pues sus 39,374 apenas supusieron un aumento de 0’374.

Lo que estadísticamente es muy importante, pero que, con la que está cayendo, alcanza cotas de trascendencia, por lo clave que resultó para la fijación de los precios de las uvas y de los vinos.

Abril, un buen mes

Tras un mes de marzo que hizo saltar todas las alarmas, con una pérdida del 12’5% en el volumen exportado de productos vitivinícolas, que se desglosaban en un 13’9% si hablamos solo de vino y del 6’5% de los mostos. Con caídas tan impresionantes como el 40’2% que perdimos en los vinos a granel con I.G.P., el 30’2% de los BiB y el 29’8% de los vinos licor; o el 26’9 y 27’2% de los vinos con D.O.P. a granel y envasados con I.G.P., respectivamente. Por no mencionar los casi treinta millones de litros que exportamos de menos de vinos a granel sin D.O.P./I.G.P. Conocer lo que había pasado en abril con nuestras exportaciones, iba mucho más allá de la simple información o conocimiento del peso del vino español en el mercado internacional.

Saber si se trataba de algo puntual, motivado por los numerosos e importantes acontecimientos internacionales que se habían producido, o el problema iba mucho más allá y suponía un cambio de tendencia y la entrada en una fase restrictiva en el comercio mundial que nos afectara sobre manera en un producto tan sensible como es el vino; era fundamental.

Afirmar o negar con tan solo un mes de histórico, resulta tan irresponsable como haber lanzado las campanas al vuelo para anunciar, el pasado mes, la llegada de una hecatombe. Los dientes de sierra son algo bastante habitual en cualquier serie; si esta es económica, es inevitable y, si nos encontramos en un escenario tan convulso, extraordinario y complejo como el que nos ha tocado vivir, casi necesario.

Conocer la capacidad de adaptación del sector a este escenario, disponer de información numérica que nos permitiese trabajar con datos concretos y dejar a un lado sensaciones y especulaciones (que en la mayoría de los casos están más próximas a intereses ocultos o poco confesables que a realidades de mercado) iba mucho más allá de lo interesante para convertirse en imprescindible en unos meses en los que una nueva campaña llama a la puerta y deben tomarse decisiones de calado que van, desde la misma decisión de cómo y cuánto comprar o vender, hasta determinar la horquilla de precio a lo que lo haga o el destino que le dé a la producción.

En términos de valor, el mes de abril ha resultado positivo para el vino, con una facturación de 251’2 M€, lo que dicho así podría no parecer muy importante, pero que, si lo comparamos con lo sucedido el mismo mes del año anterior, ha representado un aumento del +5’5% y, lo que es mucho más importante, ha sido el mejor mes de abril. No ha sucedido lo mismo con el volumen, cuya cifra de 167’3 millones de litros ha sido un 13’9% inferior y ha supuesto la venta de 27 millones menos.

En términos interanuales las cifras siguen siendo muy positivas, un 3’4% (71’9 millones de litros) y un 7’1% (190’9 millones de euros) más en comparación con el TAM anterior. Consolidándose la tendencia positiva en el valor y la negativa en un volumen que comienza dar ciertos síntomas de agotamiento tras cifras históricas sobre las que nos tendríamos que remontar hasta noviembre de 2015 para encontrar un volumen mayor.

Para responder a la pregunta sobre si esta revalorización del producto puede ser considerada un éxito de los operadores, ya que el objetivo marcado por nuestros actores sectoriales es aumentar el valor unitario al que exportamos; o, por el contrario, consecuencia de un fortalecimiento de la oferta por razones circunstanciales, habrá que esperar.

De momento, quedémonos con lo importante: las exportaciones han mantenido el tipo y lo sucedido en el mes de marzo no fue más que un bache normal en cualquier mercado.

Unas existencias normales para abril

Conocer el volumen de la cosecha que ha de venir siempre ha sido una cuestión relevante para cualquiera que esté relacionado con el sector vitivinícola. Especialmente cuando las circunstancias que la rodean son un tanto “especiales” (no vamos a decir malas, porque al final, la experiencia te indica que nunca sabes qué es lo buen y lo negativo; pero sí particulares).

Tal cantidad de información económica negativa como la que estamos viviendo estos meses, me atrevería a decir que nunca antes se había producido. Pero, también es verdad que lo sucedido durante los dos años anteriores, nos ha enseñado que, por malos que sean los momentos vividos, el sector siempre encuentra la forma de salir adelante fortalecido.

Hemos pasado de que nuestras bodegas hayan hecho ímprobos esfuerzos por abrir mercado en el canal de la restauración, a perderlo todo de un plumazo. Y, en cambio, nuestras bodegas, unas mejor que otras, lógicamente, han encontrado la manera de llegar a esos clientes, que antes buscaban en los restaurantes, en sus propios hogares. Y, sin duda, con guerra o sin ella, con aumento de la prima de riesgo y reducción de la capacidad de endeudamiento que ello lleve pareja, las bodegas españolas seguirán saliendo adelante.

De momento, lo único que podemos decir es que la vendimia 2022 se presenta con una buena muestra de fruto, en general. Que los temores sobre los efectos que pudieran acabar teniendo los fuertes calores y la sequía siguen siendo muchos. Y que cualquier estimación que, hoy, se haga es pura especulación.

Lo que sí podemos decir es lo que sucede con nuestras existencias y la situación en la que, a abril, últimos datos publicados del Infovi, estábamos y que era de 46’83 Mhl entre vino y mosto (43’836 y 2’994, respectivamente). Lo que, comprándolo con el mismo mes del año anterior era un 6’45% menos (5’12% de vino y 22’39% de mosto) y que, con respecto a las cifras del año 2019 (último año antes de la pandemia) la reducción se queda en un 3’39% de vino, 7’56% de mosto y 3’57% en total.

Cifras que, sin consideraciones futuribles, no se puede decir que sean malas. Y, consecuentemente, justifiquen reducciones en los precios de las uvas o problemas de almacenamiento.

El consumo interno se estabiliza

Aún calientes los datos del Infovi correspondientes al mes de abril, publicados el pasado miércoles; podemos respirar tranquilos, al comprobarse que el descenso en el consumo producido durante el pasado mes de marzo (tras diez meses en los que veníamos creciendo ininterrumpidamente), no se ha confirmado en el último mes analizado.

No obstante, convendría diferenciar muy bien entre lo que es comparar, ese dato de consumo de los últimos doce meses, con el que se produjo el mismo mes del año anterior (abril’21) y lo sucedido el mes previo (marzo’22). Pues si bien el efecto estadístico hará que en el primero de los casos (interanual puro) sea positivo, al venir de una brusca caída con ocasión de la pandemia; no sucederá lo mismo con la comparativa respecto al dato precedente, que marca la tendencia. Así, podríamos afirmar que el consumo aparente interanual sigue presentando una clara recuperación, con una cifra de 10’570 Mhl frente los 9’136 Mhl del interanual a abril de 2021 (+15’7%). Cuando la realidad es que el dato acumulado de 12 meses hasta abril supone un aumento del consumo, con respecto al alcanzado el mes anterior, de tan solo el 0’33%.

Y convendría ir acostumbrándonos a estas diferencias, ya que, este efecto estadístico, podría llevarnos a equívocos sobre lo que está sucediendo y la paralización, incluso la caída de la cotización de nuestros vinos, que están sufriendo, especialmente, los tintos.

Hasta el momento, y confiemos en que así siga, la situación no es preocupante. Las pérdidas, tanto en consumo como en exportación no son alarmantes y, considerando los múltiples factores que están combinándose, podríamos decir que estamos aguantando como jabatos. Aquí el problema está en saber cuánto y hasta cuándo se puede dilatar esta coyuntura. Estamos a menos de dos meses de iniciar una nueva campaña. La vendimia empieza a levantar pasiones que, en algunas ocasiones, están convirtiéndose en malos presagios. Y los operadores están retrayendo su actividad comercial ante el peor de los males: la incertidumbre.

La cosecha, hasta el momento, viene bien. Las lluvias que han caído han sido, por ahora, suficientes. Los episodios de heladas no han sido generalizados y sus efectos sobre la viña han sido bastante exiguos. Y las olas de calor y bajas temperaturas de los meses de abril y mayo, con pronunciados cambios que superaban los diez grados de un día a otro; tampoco han tenido efectos reseñables sobre la muestra.

¿Lo tendrá la anunciada sequía para este verano? Pues tendremos que esperar para verlo. Y aunque los hay que apuestan por una cosecha normalizada, también hay voces que afirman que nos conformaremos con una más corta. Y ninguno tiene más argumentos (o al menos más sólidos) que los otros para que podamos inclinarnos por su postura.

Lo cierto es que una vendimia cercana a los cincuenta millones de hectolitros, lo que podríamos calificar como “normal”, nos llevaría a un panorama muy complicado. Repetir los cuarenta del año pasado facilitaría las cosas y permitiría a las bodegas aliviar un poco sus existencias que, aunque no muy voluminosas, sí están siendo un poco agobiantes.

Muchas incertidumbres que, por el contrario, no han evitado que ya alguna bodega haya hecha pública su voluntad de bajar el precio de la uva en la próxima vendimia. Habrá que esperar y no alarmarse demasiado.

El viñedo como actividad atractiva para los jóvenes

Diez meses después de que se iniciara la campaña 2021/22, el Ministerio de Agricultura cifra la producción en 40.047.578 hectolitros de vino y mosto, obtenidos de 5,41 millones de toneladas los kilos de uva. Una cosecha inferior en 6.445.226 hl y un 13’9% y 786.503 toneladas y un 12’7% a la del 2020/21.

Volumen que incluye también la producción para autoconsumo y difiere ligeramente del dato publicado por el Infovi y que, en su último informe correspondiente al mes de marzo, cifraba la cosecha de uva de vinificación en 5’308 millones de toneladas y en 39’357 millones de hectolitros los vinos y mostos elaborados.

Discrepancia que, considerando el tiempo transcurrido desde que se iniciara la campaña, hasta su publicación en el boletín mensual sobre Avance de Superficies y Producciones Agrarias, es una nimiedad. Esperar diez meses para publicar un “avance” de producción completo y detallado resulta totalmente rocambolesco y no hace sino justificar la demanda que, históricamente, ha venido haciendo el sector sobre una información estadística de calidad y en tiempo que le permita adoptar decisiones de gran importancia en su estrategia comercial. Afortunadamente la puesta en marcha del Infovi, con sus pequeños matices, ha permitido disponer de una información válida y operativa, características de las que carece el Avance.

Algo más relevante resulta la información publicada por la Comisión Europea y que está referida a la evolución de la superficie vitícola de la UE con la aplicación del sistema de autorizaciones de plantación de viñedo de la campaña 2014/15 a la 2019/20. Donde se puede comprobar que España es el país que, después de Hungría y Eslovaquia, más superficie ha perdido (14.220 ha) un 1’48% en este periodo. Manteniéndose como el primer país, con 944.476 ha, seguido de cerca por Francia con 813.505 y un aumento de 7.725 ha; e Italia con 671.139 ha que se sitúa como el país que más crece con un 5,25% y 33.505 hectáreas.

La importancia de estos datos no está tanto en las cifras, como en lo que pudieran llegar a representar. Pues si aspiramos a hacer de este sector un negocio interesante que atraiga la atención de nuestros jóvenes y el tejido empresarial necesario para sustentarlo, debiéramos comenzar por preguntarnos si esta evolución así lo constata.

Es cierto que España sigue siendo el primer país por extensión de viñedo ecológico, que está creciendo a marchas aceleradas y que no hay joven viticultor que no lo haga bajo estas condiciones de cultivo. Pero también es verdad que la valorización de nuestros productos vitivinícolas no acaba de llegar, que son pocos los jóvenes que se acercan al sector y que perder hectáreas no es precisamente sinónimo de bonanza y apuesta por el futuro.