Expectación ante la evolución del mercado exterior

Hasta hace apenas una semana, podíamos imaginar cualquier cosa al analizar la situación del mercado y sacar conclusiones sobre lo que estaba sucediendo, con los precios dispares, según a quien preguntásemos.

En un entorno en el que los que se dedican a estos menesteres de poner en contacto a quienes están interesados en comprar y vender vino calificaban de preocupante y vaticinaban un futuro a corto plazo nada optimista. La cosa no iba bien, pero siempre nos quedaba la esperanza de que se equivocaran, que solo se tratase de una impresión, pero que las cifras nos devolviesen a una situación mucho más alentadora.

Cuando hace días, salieron los datos correspondientes al Infovi del mes de marzo, la situación comenzaba a tornarse preocupante. Pues, lejos de seguir la senda alcista que llevaba recorriendo desde hacía meses el consumo aparente en el mercado español, el tercer mes del año se daba la vuelta y perdía, escasamente cien mil litros en tasa, con respecto al alcanzado el mes anterior. Escaso volumen y de relativa importancia, si tenemos en consideración que veníamos creciendo desde julio del año pasado de manera ininterrumpida y vertiginosa y que, en tasa interanual manteníamos un crecimiento del 16’0% con respecto el mismo mes del año pasado. Es verdad, marcado por no sé ya cuál ola de la pandemia.

Si, además, teníamos en cuenta que las existencias de vino y mosto habían descendido un 6’9%, hasta situarse en los 50’146 Mhl frente los 53’865 que teníamos el mismo mes del año anterior; la situación no parecía alarmante y el mayor descenso que presentaban los mostos 24’5% y los vinos blancos 12’1% en comparación con el 2’8% que lo hacían los vinos tintos, resultaba totalmente acorde a lo que venía sucediendo con las cotizaciones en esos momentos, disparadas para los mostos, más o menos fuertes para los vinos blancos y más débiles para los tintos.

Pero las cosas ya empezaban a ponerse feas. Se intuía un vuelco en la buena evolución del consumo y, por ende, del comercio, de vino en el mercado nacional y comenzaban a saltar las voces de alarma sobre los efectos que inflación, guerras, pandemia, escasez de materias primas… pudieran acabar teniendo sobre nuestro sector.

Migajas para lo que nos depararían los datos que a finales de la pasada semana el OEMV hacía públicos correspondientes al mes de marzo. Con una caída del 13’9% en el volumen del vino exportado, del 12’5% en de productos vitivinícolas, con solo dos productos: vinos tranquilos varietales a granel y espumosos, con el 2’8% y 9’4%, respectivamente, manteniendo crecimientos sobre las cifras del año anterior. Las cosas comenzaban a pintar mal para un sector que tiene su razón de ser, al menos comercialmente hablando, en el mercado exterior.

Como dato positivo podemos destacar que los precios medios han subido, que nuestras bodegas han sabido aprovechar esta oportunidad para valorizar su producción, Y, aunque sabemos, porque así nos ha sucedido en innumerables ocasiones, que detrás de esta mejora en los precios unitarios no podemos pensar que se encuentra una verdadera revalorización; al menos nos está sirviendo para hacer menos dolorosa la caída en el volumen.

¿Qué pasará los próximos meses, con una vendimia que llama a la puerta? Pues esa es la gran incógnita que, semana a semana, intentaremos ir resolviendo.

El consumo interno cae ligeramente en marzo

El consumo aparente, estimado por diferencia entre entradas y salidas de los datos facilitados mensual por el Infovi correspondientes al mes de marzo, arroja un saldo negativo de poco menos de diez mil hectolitros con respecto al de febrero, situándose en 10.536.082 hectolitros.

Cantidad que podría calificarse de normal y que no debiera levantar más alarmas que las de hacernos reflexionar sobre lo importante que resulta no bajar la guardia en un tema tan importante como es la recuperación del consumo en nuestro país y la necesidad que tenemos de seguir trabajando por conseguir niveles más propios de una nación que produce cuatro veces lo que consume.

El problema lo tenemos en que, a diferencia de otros momentos, en esta ocasión nos encontramos inmersos en una crisis de gran magnitud, en la que, cuando todavía colean algunos de los graves efectos que nos dejó la pandemia del Covid-19 a nivel macroeconómico, el escenario internacional se ha enrarecido con fuertes roturas de stock en algunos productos básicos, generando subidas de precios desorbitadas en muchos de los insumos que lleva una botella de vino (vidrio, papel, cartón, cápsulas, cierres; que no han podido ser trasladados al precio final del vino, ante la gran presión inflacionista sobre el consumidor provocada, especialmente por los suministros energéticos.

Si esta situación se hubiese visto reflejada en los precios de los vinos en origen, con incrementos más o menos acordes, nos hubiese preocupado la situación, pero podríamos haber esgrimido que era lo lógico. El problema es que no se está viendo reflejada. Al contrario, el mercado está cada vez más débil y la superación del periodo en el que las heladas son capaces de generar daños relevantes en una cosecha se ha superado. Al menos teóricamente, porque con esto del Cambio Climático uno ya no sabe muy bien cuándo va a hacer frío, calor, no vamos a tener agua o nos vamos a ahogar.

El caso es que, con todos los imponderables posibles, la futura cosecha apunta hacia un volumen “normal”.

¿Lo sucedido con el consumo aparente será la primera muestra de una debilitación de la microeconomía en los hogares? ¿un estallido de la situación? Confiemos en que no.

Mejorar la renta del viticultor, objetivo de los nuevos PASVE

Una de las consecuencias de la reforma de la PAC es, precisamente, la modificación del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE), que pasará a denominarse Intervención Sectorial del Sector Vitivinícola Español (ISV) en 2024 y que verá reducida su ficha financiera a 202,15 millones de euros anuales.

Pues bien, el pasado día 4, el Ministerio de Agricultura elevó a consulta pública el proyecto de Real Decreto, cuyos objetivos serán la mejora de la sostenibilidad económica y la competitividad de los productores de vino; contribuir a la adaptación al cambio climático y a su mitigación, a la mejora de la sostenibilidad de los sistemas de producción y a la reducción de la huella ambiental del sector, en particular mediante ayudas a los productores de vino que reduzcan el uso de insumos y apliquen métodos y prácticas de cultivo más sostenibles para el medio ambiente.

La ISV perseguirá, además, la mejora del rendimiento de las empresas vitivinícolas y su adaptación a las demandas del mercado, así como aumentar su competitividad a largo plazo en lo que respecta a la producción y comercialización de productos vitivinícolas, incluidos el ahorro de energía, la eficiencia energética global y los procesos sostenibles.

También pretende contribuir a restablecer el equilibrio de la oferta y la demanda en el mercado vitivinícola de la UE para prevenir la crisis de mercado; mantener el uso de los subproductos de la vinificación con fines industriales y energéticos que garanticen la calidad del vino, al mismo tiempo que protegen el medio ambiente, así como mejorar la competitividad de los productos vitivinícolas en terceros países, lo que incluye la apertura y diversificación de los mercados vitivinícolas.

Los tipos de intervención elegidos seguirán siendo la reestructuración y reconversión del viñedo, las inversiones en instalaciones y estructuras comerciales, cosecha en verde (de manera excepcional), destilación de subproductos y la promoción en terceros países. Medida, esta última sobre la que se pondrá especial atención, ante la evidencia de la necesidad de mejorar el valor añadido de nuestra producción, con lo que hacer posible aumentar la rentabilidad de los viticultores.