Vender más caro podríamos decir que es el OBJETIVO, con mayúsculas, de un sector que se sitúa en el furgón de cola de los países productores. Cómo conseguirlo es una pregunta a la que, hasta el momento, no se le ha encontrado respuesta. O sí, pero con escaso éxito.
Estamos cansados de escuchar que nos encontramos frente un sector maduro, altamente competitivo y con grandes dificultades para conseguir valorizar nuestros productos. Incluso se nos ha repetido, en innumerables ocasiones, que para eso hay que viajar más, invertir en equipos comerciales formados, con idiomas y confiados en la calidad de nuestros productos.
Hasta, en un momento determinado, cuando se planteaba una reforma de la política vitivinícola europea (OCM) del sector, ante la necesidad de conseguir un equilibrio entre la oferta y la demanda que no hiciera necesarias más medidas de intervención a modo de destilación (como lo eran en algunos países como el nuestro); se consiguió, frente las diferentes necesidades del resto de socios comunitarios, nacionalizar los fondos y permitir que cada Estado los destinara a aquellas medidas que mejor encajaran en esa tarea de producir un producto más ajustado a las necesidades del mercado, con un mayor valor añadido.
Sin volver sobre manidas discusiones en torno a cuál era el destino de ese alcohol obtenido en aquellas destilaciones y la necesidad que nuestro sector tenía de ese producto. O la escasa información con la que se realizaron los planes de reconversión y reestructuración de nuestro viñedo, media estrella en la que se ha invertido más de la mitad del total de fondos y cuyos resultados bien podríamos concluir que se han limitado al arranque de una parte importante de nuestro patrimonio vitícola; agravar los bajos precios pagados en origen por las uvas, compensados por aumentos desproporcionados de rendimientos en un país donde el agua puede que sea el bien más preciado; y un desequilibrio entre variedades blancas y tintas, bajo el argumento de que las tintas siempre tendrían mejor precio que las blancas.
Se olvidaron, o no, simplemente había que establecer un régimen de prioridades; que lo que se produce es para venderlo. Y que, para eso, no solo era necesario adaptar las variedades o mejorar las instalaciones, sino, especialmente, encontrar a quién vender.
Hemos hecho un gran trabajo en la restructuración del viñedo, en la mejora de las instalaciones de vinificación de nuestras bodegas. Y hasta hemos conseguido situarnos líderes en exportación, cuando hablamos de volumen, convirtiéndonos en la bodega de la que abastecer de producto al resto socios comunitarios.
Pero… seguimos vendiendo con poco valor añadido y haciendo muy difícil el mantenimiento de la población, ante el escaso beneficio que deja la actividad vitícola. Se ha demostrado que el tamaño no siempre es suficiente y que, si bien en determinados modelos de negocio es un factor primordial, los hay en los que no es necesario y, menos, imprescindible.
Ahora, el Ministerio apuesta por un cambio en la orientación de su política vitivinícola y ha decidido apostar por las medidas de promoción en terceros países y darle mayor relevancia al factor de sostenibilidad en los planes de reconversión.