¿Antesala de un aumento de accisas?

Bajo el argumento de que las estructuras fiscales, en general, se han ido adaptando en los últimos tiempos, frente los tipos mínimos del impuesto especial, que no lo han hecho desde 1992 (Directiva 92/84/CEE), en la que se establecieron los tipos mínimos a aplicarse a cada categoría de bebidas alcohólicas; la Comisión Europea acaba de abrir una consulta pública, que está prevista que concluya el 4 de julio, sobre la posible revisión (entenderán que al alza) de los derechos de accisa mínimos aplicables a los productos con contenido alcohólico.

Convendría recordar, aunque sea conocido todos, que, a diferencia de Francia que aplica un gravamen de 0’03 €/botella 75 cl, en el resto de países productores, entre los que se encuentra el nuestro, esa tasa es de 0 €. Lo que nos lleva a incidir sobre la gran diferencia que existe entre fijar una nueva tasa y aumentar una ya existente.

El reciente informe sobre el efecto nocivo que tiene el consumo de alcohol, de cualquier tipo de alcohol, en el organismo humano frente a posibles enfermedades cancerígenas, frenado en el Parlamento Europeo. El hecho de que no se haya aplicado sobre ellas efectos inflacionistas, tan de actualidad en estos momentos, con niveles que tienen a las autoridades financieras alerta.

La posible evolución de los mercados, con una estimación de la Comisión sobre el consumo de vino en la Unión Europea de recuperación en la actual campaña 2021/22, estimándose un aumento interanual del 5%, hasta los 22,7 litros “per cápita” (casi de vuelta al nivel medio de los últimos 5 años). Así como un retorno a la normalidad prepandémica de la producción vinificada para “otros usos” (incluida la destilación de alcohol y la fabricación de vinagre y aguardiente).

Así como una estimación de crecimiento de las exportaciones de la UE en la actual campaña 2021/22 hasta alcanzar un nivel históricamente alto de 34 millones de hectolitros, con un 6% de alza interanual y del 10% en comparación con la media de 5 años. Son factores que permiten pensar que, bajo el análisis de si los actuales tipos armonizados del impuesto especial sobre el alcohol y bebidas alcohólicas han contribuido al correcto funcionamiento del mercado único, se inicie una discusión con los Estados Miembros sobre el tema en el segundo trimestre de 2023, de consecuencias imprevisibles.

Unas previsiones que desvirtuaron el mercado

Sin entrar en profundidad en el asunto, ante la incapacidad de argumentos con los que hacerlo, resulta destacable lo sucedido con la estimación de cosecha europea de este año. Aunque es verdad que se trata de un tema recurrente, lo sucedido este año requeriría de algo más que una simple modificación de las cifras publicadas por Bruselas.

Pasar de una cosecha inicialmente prevista de 147’69 millones de hectolitros, 143’665 de vino y 4’028 de mosto en la UE-27; a los 155 en los que ya estamos ahora mismo, según las perspectivas de producciones agrarias publicadas por la Comisión Europea el pasado 5 de abril, resulta sorprendente e inadmisible.

Crecer cinco millones de hectolitros, (+11’10% respecto a su previsión inicial de vendimia) y llegar a los 49.493.025 hectolitros (similar a la del 2020 en Italia) hace que la cosecha en el país transalpino haya cambiado del rojo al verde con respecto al año anterior. Pero, lo que es todavía más importante, que, a nivel europeo, prácticamente se iguale la producción de un año con otro.

Si atendemos a cómo se desglosa la cosecha, según las declaraciones de producción presentadas ante la AGEA (equivalente al FEGA español), llama poderosamente la atención el fuerte incremento experimentado en los mostos que alcanzan, prácticamente los ocho millones de hectolitros (7.921.301), superando con mucho los 4’053 Mhl alcanzados este año por el que tradicionalmente siempre ha sido el primer productor de mostos, y que no es otro que el que nos alberga.

Aunque, en esta ocasión, nos quede el triste consuelo de no haber sido nosotros los causantes de tan disparatado desbarajuste en las cifras, con desviaciones de semejante calibre, resulta muy complicado poder realizar cualquier programación y establecer una estrategia comercial adecuada.

¿Significa entonces que esta anomalía es la que está provocando una evolución comercial de nuestras cotizaciones tan “extraña”, anclando las cotizaciones y con oscilaciones prácticamente inapreciables, especialmente en la categoría de tintos?

Pues que cada uno extraiga la conclusión que mejor considere. Pero, atendiendo al sabio control que tradicionalmente hacen los operadores italianos de nuestro mercado al inicio de la campaña, con movimientos tácticos en sus operaciones hasta conseguir situar los precios en los niveles que consideran adecuados a sus intereses; no sería descabellado pensar que algo así pudiera haber pasado.

¿Aceptable? De ningún modo, pero real como la vida misma. Y, aunque nos consta que tanto la Dirección General de Agricultura de la CE, como la OIV, se muestran preocupados por lo sucedido, no acabando de explicarse cómo es posible semejante baile de cifras en una estimación de cosecha; poco o nada se puede hacer más que analizar concienzudamente las declaraciones presentadas.

En cuanto al mercado, ya poco tienen que decir estas circunstancias. Llegados a las fechas en las que nos encontramos, son las previsiones y los posibles efectos de heladas inhabituales y eventuales episodios de granizo, los que marcarán la evolución del mercado y sus cotizaciones.

Precios estancados para unas disponibilidades a la baja

No hay duda, o al menos para mí, que, de todos los datos recién publicados por el Infovi, correspondientes al mes de febrero, el más destacable es el del consumo interanual aparente. El único que no aparece en el informe oficial del Ministerio y que se calcula por diferencia entre salidas y entradas nacionales interanuales. La cifra que, de forma más aproximada de todos los datos publicados al respecto, nos aproxima a conocer cuál es el consumo de vino en nuestro país; estimar el consumo per cápita y cuantificar el resultado de los grandes esfuerzos que se están haciendo por situar el consumo de vino en nuestro país en niveles similares a los que disfrutan el resto de países productores.

Comparar variaciones entre los datos de este año con el (históricamente desastroso) 2021, por las razones por todos conocidas, carece de relevancia. Pues si el efecto estadístico, que tan negativamente jugó en nuestra contra entonces, ahora nos resulta altamente beneficioso, resulta peligrosamente engañoso. Algo más orientativa podría ser la tendencia, claramente positiva, que, desde entonces, muestra este dato. Solamente truncada su línea ascendente en el mes de julio y que lleva remontado, prácticamente un veinticinco por ciento (dos millones de hectolitros) desde el mínimo, alcanzado en febrero de 2021.

¿Es una cifra aceptable para uno de los principales productores del mundo y el primero en extensión de viñedo? Tajantemente, no. Pero es un hecho esperanzador que la pérdida constante a la que estábamos sometidos se haya conseguido doblegar.

Aunque no esté siendo suficiente para que, junto con unas exportaciones que van marcando cifras de récord, el mercado reaccione y los precios suban. Recuperar precios en un escenario inflacionista como el que estamos viviendo pudiera parecer incoherente. Pero vender los vinos por debajo de los costes de producción y condenar a los viticultores al abandono de las tierras, despoblación de los pueblos y desertificación de los suelos es mucho más grave.

Las existencias son un 9’6% menores. Por colores, los blancos justifican su mayor fortaleza en los mercados con unas disponibilidades un 16% inferiores, mientras que los tintos deben conformarse con el 4’3%. Y los efectos del último temporal de frío y nieve que nos ha dejado tiritando en toda España, apenas parece que tendrán consecuencias sobre la próxima cosecha.

Por un cambio en la focalización de los esfuerzos

Vender más caro podríamos decir que es el OBJETIVO, con mayúsculas, de un sector que se sitúa en el furgón de cola de los países productores. Cómo conseguirlo es una pregunta a la que, hasta el momento, no se le ha encontrado respuesta. O sí, pero con escaso éxito.

Estamos cansados de escuchar que nos encontramos frente un sector maduro, altamente competitivo y con grandes dificultades para conseguir valorizar nuestros productos. Incluso se nos ha repetido, en innumerables ocasiones, que para eso hay que viajar más, invertir en equipos comerciales formados, con idiomas y confiados en la calidad de nuestros productos.

Hasta, en un momento determinado, cuando se planteaba una reforma de la política vitivinícola europea (OCM) del sector, ante la necesidad de conseguir un equilibrio entre la oferta y la demanda que no hiciera necesarias más medidas de intervención a modo de destilación (como lo eran en algunos países como el nuestro); se consiguió, frente las diferentes necesidades del resto de socios comunitarios, nacionalizar los fondos y permitir que cada Estado los destinara a aquellas medidas que mejor encajaran en esa tarea de producir un producto más ajustado a las necesidades del mercado, con un mayor valor añadido.

Sin volver sobre manidas discusiones en torno a cuál era el destino de ese alcohol obtenido en aquellas destilaciones y la necesidad que nuestro sector tenía de ese producto. O la escasa información con la que se realizaron los planes de reconversión y reestructuración de nuestro viñedo, media estrella en la que se ha invertido más de la mitad del total de fondos y cuyos resultados bien podríamos concluir que se han limitado al arranque de una parte importante de nuestro patrimonio vitícola; agravar los bajos precios pagados en origen por las uvas, compensados por aumentos desproporcionados de rendimientos en un país donde el agua puede que sea el bien más preciado; y un desequilibrio entre variedades blancas y tintas, bajo el argumento de que las tintas siempre tendrían mejor precio que las blancas.

Se olvidaron, o no, simplemente había que establecer un régimen de prioridades; que lo que se produce es para venderlo. Y que, para eso, no solo era necesario adaptar las variedades o mejorar las instalaciones, sino, especialmente, encontrar a quién vender.

Hemos hecho un gran trabajo en la restructuración del viñedo, en la mejora de las instalaciones de vinificación de nuestras bodegas. Y hasta hemos conseguido situarnos líderes en exportación, cuando hablamos de volumen, convirtiéndonos en la bodega de la que abastecer de producto al resto socios comunitarios.

Pero… seguimos vendiendo con poco valor añadido y haciendo muy difícil el mantenimiento de la población, ante el escaso beneficio que deja la actividad vitícola. Se ha demostrado que el tamaño no siempre es suficiente y que, si bien en determinados modelos de negocio es un factor primordial, los hay en los que no es necesario y, menos, imprescindible.

Ahora, el Ministerio apuesta por un cambio en la orientación de su política vitivinícola y ha decidido apostar por las medidas de promoción en terceros países y darle mayor relevancia al factor de sostenibilidad en los planes de reconversión.