Después de la, tristemente famosa, crisis financiera del 2008, en la que saltó por los aires uno de los sistemas que se creía, hasta entonces, de los más robustos del mundo; y que se llevó por delante los ahorros de millones y millones de personas. Creíamos que lo habíamos visto todo y que la recuperación, aunque muy lenta en nuestro país, nos permitiría salir fortalecidos de ella. Como siempre había sucedido en crisis anteriores.
Los hechos demostraron que las cosas podían empeorar, con la aparición de un virus que se encargó de dinamitar el modelo sanitario, poniendo en evidencia su fragilidad y la incapacidad de muchos gobiernos para hacer frente a una pandemia mundial que paralizó, esta vez literalmente, la economía. Dando al traste con muchos de esos Derechos Fundamentales sobre los que se sustentan las sociedades de los países “desarrollados”.
Cuando todavía no habíamos puesto en marcha los mecanismos que, esta vez desde la Unión Europea, se implementaron para hacer frente a las catastróficas consecuencias que el virus había ocasionado; hete aquí que la energía comienza una fuerte escalada de precios, muy superior a la crisis del petróleo de los años setenta. Crisis que algunos consideran se debe, precisamente a imposibilidad de dar respuesta a la demanda tan brusca que exige la vuelta a la “normalidad” en la producción industrial. Otros la califican como una estrategia geopolítica, cuyo principal objetivo comprobaríamos más adelante. Consecuencias que no acaban aquí, sino que llevan a aparejados incrementos de los costes logísticos, falta de materias primas y productos tan necesarios en una sociedad tecnológica como los semiconductores. Evidenciando otra de las grandes carencias de nuestro (el europeo) sector productivo: la gran dependencia exterior.
De lo que vino después, con la invasión de Ucrania por parte de Rusia y la postura adoptada por los países “occidentales”, de los que somos una parte importante; casi mejor, por respeto a las miles de personas que han pagado con su vida, ni comentarlo. Evidenciado otra gran insuficiencia de Europa en lo relativo a la Defensa y Política Exterior.
Y como si todo esto no fuera suficiente o, quizás como consecuencia de todo ello, los problemas domésticos que todas estas “crisis” habían ido ocasionado en los países comienzan a estallar, ante la incapacidad de la clase política de ponerles solución.
Financiero, sanitario, energético, productivo, de defensa y político. Son muchos frentes para pensar que no nos vayamos a ver, como sector vitivinícola, afectados de una forma mucho más importante que aquellos meros daños colaterales que lleven aparejados.
Cifrar el efecto que tendrá en nuestro mercado exterior la crisis de Ucrania. La falta de materias primas e insumos como cartón, etiquetas o vidrio; pero también fertilizantes o fitosanitarios. La falta de medios logísticos (terrestres y marítimos). La caída en el consumo ante la reducción de la capacidad económica de los ciudadanos…
Pueden ser anecdóticos si queremos, de verdad, afrontar las reformas que estos quince años nos han puesto en evidencia. Nos enfrentamos a una crisis global y, muy especialmente, de la Unión Europea. Y, desde el sector, deberíamos estar preparados para llevar la iniciativa de lo que queremos ser y cómo, en un nuevo escenario con recursos mucho más escasos y, me temo, que mucho menos sociales.