El alcohol, una batalla larga y complicada

Cuarenta millones de hectolitros de cosecha (39’916) ¿son muchos o pocos?

Pues, como diría un gallego (si me permiten el tópico), depende. Comparado con el año pasado, cuando se produjeron más de cuarenta y seis millones (46’105), no parecen excesivos. Si tenemos en cuenta que esta cosecha se enmarca dentro de una producción mundial de 247 Mhl, una de las más bajas de la historia, según estimación formulada en octubre por la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV); tampoco parece que pudiéramos tener muchas dudas sobre esa apreciación. Y, si considerásemos la estimación realizada por la Dirección General Agri de la Unión Europea, a fecha de hoy, que cifra la cosecha de la Unión Europea en poco menos de ciento cuarenta y ocho (147’693), junto con la del 2017, la más baja de la historia; bien podríamos decir que no tenemos ningún motivo para esgrimir en contra de esa estimación de corta producción.

Pero claro, si atendemos lo que emana del informe final del Comité Especial para Derrotar al Cáncer (BECA) y que señala el consumo de alcohol (sin distinguir procedencia) como un “factor de riesgo” en numerosos tipos de cáncer; apuntando que “no hay nivel seguro de consumo alcohólico” y recomendando “incluir avisos sanitarios en el etiquetado” (a modo de lo que sucede con el tabaco), así como un “incremento en los impuestos”; pues pudiera ser que acabara sobrándonos todo.

Es verdad que esta batalla que surge desde la Dirección General de Salud y Consumidores (“Sanco”) no es nueva. Que estamos hablando del Vino, un producto de nuestra Dieta Mediterránea, que cuenta con numerosos estudios científicos que avalan que su consumo moderado no solo no resulta perjudicial para la salud, siempre y cuando el consumidor no tenga otras afecciones, sino que puede llegar a ser preventivo en algunas afecciones cardiovasculares.

También es cierto que se ha conseguido moderar la propuesta de la ponente principal y que todavía restan muchas discusiones, por lo que es posible conseguir que, durante este tiempo, se consiga distinguir en la catalogación del consumo de alcohol según su procedencia o graduación.

Pero el mero hecho de que esta esté resultando una discusión recurrente, que algunos miembros del comité consideren que el simple hecho de que no se mencione expresamente al vino, ya es un paso positivo, o que no se descarte la posibilidad de utilizar el etiquetado inteligente, mediante un código QR, para estos avisos. Incluso que el propio compromiso del Sr. Ryan, responsable de esta Dirección, de reducir el consumo de alcohol en la UE un 10% antes del 2025. Son antecedentes que debieran concienciar al sector vitivinícola de las graves consecuencias que pudiera tener sobre el consumo este asunto y lo importante que resulta luchar ahora, que todavía se está a tiempo, por conseguir que se distinga a las bebidas de baja graduación (sidra, cerveza y vino) dentro de esta política.

Llevamos décadas trabajando por financiar estudios, a través de la Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (FIVIN) o la de la Dieta Mediterránea (FDM), que investiguen los efectos que el consumo moderado de vino tiene sobre la salud. Apostando por una política decidida de autocontrol mediante el programa Wine in Moderation. Creemos en la educación y fomento de la Cultura como herramienta con la que hacerle frente al consumo de borrachera. Y nada de todo esto parece ser suficiente para saciar las aspiraciones de unos políticos que parecen atender más a la cesta de votos que a las verdaderas consecuencias del consumo de vino sobre la salud.

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