Horizonte alcista para los mercados vinícolas

Vivimos tiempos convulsos, las noticias tienen un marcado carácter negativo y los índices manejados para las previsiones económicas nos abocan hacia un escenario dantesco. Importantes subidas generalizadas en los precios amenazan con poner en peligro la estabilidad necesaria sobre la que se soporta cualquier recuperación económica y la credibilidad de nuestros políticos cotiza bajo mínimos. Y, a pesar de ello, es posible que el sector vitivinícola salga fortalecido y dé un paso al frente en su objetivo de mejorar la valorización de sus productos.

Sin caer en la trampa de confundir realidades con percepciones, hay que reconocer que la relación calidad/precio de nuestros vinos está muy por encima de los de cualquier otros del mundo. Pero, no es menos cierto que ofrecemos vinos baratos porque no somos capaces de venderlos con la fluidez necesaria a precios más altos.

La concienciación colectiva del sector, las necesidades de ir hacia una vitivinicultura más profesionalizada con criterios empresariales en su toma de decisiones y la globalización de los mercados, en un entorno de fuerte reducción de la oferta, consecuencia de una cosecha de las más bajas de la historia en la Unión Europea y estabilidad en la demanda con unos niveles de consumo mundial que se mantienen, a pesar de pandemias y restricciones; justifican la esperanza de los muchos que confían en ver aumentar los precios de sus vinos en las próximas semanas, una vez recuperada la actividad comercial, superadas las fiestas navideñas.

Razón necesaria, aunque no suficiente, para que ese aumento de precios en origen se produjera. Pero, que, afortunada o desafortunadamente (no sé muy bien cómo calificarlo), tiene una circunstancia a su favor para que así suceda. El gran aumento que llevan soportando las bodegas en los costes de elaboración, especialmente los referidos a los suministros (electricidad, gas y combustibles), insumos (productos enológicos, cierres, envases, cápsulas, etiquetas, cartonajes…) y logísticos. Sin que el problema haya acabado en ese aumento de precios, sino que, además amenaza con trasladarse también a un retraso en el suministro o, incluso, llegar a impedirlo para aquellos formatos o tamaños más especiales. Ello hace muy complicado poder pensar en los meses de febrero o marzo sin que veamos un incremento en los precios de los vinos en los distribuidores, que tendrán su lógico traslado en los de los supermercados y restaurantes. Subidas que, todo apunta a que, dada la magnitud que pudieran suponer, deban ser fraccionadas a lo largo del año en diferentes etapas.

Esto, que podría ser una excelente revelación, pues nuestros vinos siguen siendo (más que con buena relación calidad/precio) baratos, es una pésima noticia, pues nos enfrentaremos a una renta disponible menor en nuestros clientes y con la necesidad de dedicar una mayor parte de sus ingresos a cubrir las necesidades básicas, entre las que, desde luego, que no se encuentra el beber vino.

Y, a pesar de todo, tengo el firme convencimiento de que nos enfrentamos a buenos meses, con subidas en los precios en origen de nuestros vinos, datos de exportación creciendo y marcando récords y una clara tendencia en la recuperación del consumo interno. La buena labor de nuestros bodegueros, aderezada por un producto de calidad que es posible adquirir a un bajo precio y el escaso peso que tiene en la cesta de la compra. Junto con algunos aspectos psicológicos, marcados por el largo periodo de restricciones y la necesidad, como seres humanos, de tener la sensación de recuperar una parte de esa libertad perdida, debieran ayudarnos.

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