De todas las cosas que ha traído consigo este maldito virus llamado Covid-19, la mayoría de ellas han sido malas. ¡Que digo malas!, horrorosas. Nos ha costado una ingente cantidad de dinero y hemos perdido derechos que nunca antes nos hubiéramos siquiera planteado la posibilidad de que se vieran recortados. Pero ha sucedido y, con más o menos resignación, podríamos decir que lo hemos superado.
Todavía es pronto para hablar en pretérito de esta situación y, muy posiblemente seguirá siéndolo todavía un tiempo, en tanto en cuanto las autoridades sanitarias no acaben declarándolo como una enfermedad endémica y asumiendo que, del mismo modo que otro coronavirus, el de la gripe, causó estragos en la población en el siglo XIX, este los ha causado en el XXI, pasando a formar parte de nuestras vidas. Pero esto llegará, muy posiblemente dentro de no muchos meses y, ahora, tenemos la obligación, entre todos, de aprovechar lo que nos pueda dejar de bueno.
Los cambios sociales han sido brutales, acelerándose de manera exponencial acontecimientos que preveíamos en el horizonte de una década. Se ha demostrado el valor de la cohesión y la importancia que ha tenido la Unión Europea en la gestión de la situación, a pesar de todos los borrones que presenta su hoja de ruta. Se han establecido mecanismos y dotado fondos que, por nosotros mismos, hubiese sido imposible abordar. Y, por si esto fuese poco, la misma naturaleza se ha encargado de regular la producción y ofrecernos una de las cosechas más cortas y con ello facilitarnos la salida de los excedentes y recuperación de las cotizaciones.
En nuestro caso, incluso han sido las exportaciones las que, una vez más, han venido en nuestro auxilio y, lejos de lo que hubiese sido previsible en un ambiente de caída del consumo, nuestras bodegas han aumentado sus ventas y reducido sus existencias a un volumen de fin de campaña más que aceptable.
El comercio electrónico se ha multiplicado, el consumo de vino en los hogares aumentado su frecuencia y el precio medio del vino consumido también ha crecido. Hemos asumido que el vino forma parte de nuestra forma de vivir y hemos querido seguir teniéndolo a nuestro lado. No podemos permitirnos perder lo conseguido.
Aun así, como nunca nada es perfecto, nos encontramos inmersos en una verdadera “tormenta perfecta” en lo relacionado con el movimiento de mercancías y precio de las materias primas energéticas. Reino Unido no es capaz de hacer llegar a las gasolineras el carburante por falta de transportistas, los fletes navieros se han multiplicado por cuatro, igual que el precio del gas. De la electricidad no vamos a hablar, ya es imposible empezar un día sin un nuevo récord en el precio del kilovatio y el petróleo roza los ochenta euros por barril y crece más del cincuenta por ciento. Consecuencia de todo ello: el IPC disparado y con grandes amenazas de acabar con la estabilidad de la última década, lo que, nos generará grandes tensiones sociales.
Por si todo esto fuera poco, los fondos de la UE están sujetos a reformas socioeconómicas tan importantes como las políticas de empleo o las pensiones.
El sector tiene grandes oportunidades que debe aprovechar, esperemos que los árboles no nos impidan ver el bosque.