Prudencia en un sector desconfiado

Según las últimas estimaciones realizadas por el COPA-Cogeca, la producción comunitaria de la campaña 2021/22 se situará en el entorno de los 140-145 millones de hectolitros, lo que supondrá una de las campañas más cortas de la historia. Francia con un descenso estimado del 29% y una cosecha que no superaría los 33,3 millones de hectolitros encabeza este triste ránking, seguida de España, cuyas estimaciones sitúan su vendimia en los 39,5 millones de hectolitros (-15%) e Italia, cuya pérdida no será tan escandalosa como en un primer momento se pensaba y quedaría reducida a un 9% de merma, entre 43,7 y 45 millones de hectolitros. Mucho más lejos quedan los vaticinios del resto de países productores, entre los que destaca por su importancia Alemania, para la que las estimaciones sitúan su cosecha en el entorno de los nueve millones, seis millones y medio para Portugal y entre dos y medio y tres para Hungría.

Esta notable reducción y la reapertura del canal Horeca, junto con la eliminación de los aranceles por parte de Estados Unidos, le permite mirar al horizonte próximo con cierto optimismo a Luca Rigotti, su presidente. Confiando en recuperar precios y demandando de las autoridades comunitarias una reforma que dote al sector de instrumentos de gestión adecuados con los que hacer frente a estas perturbaciones del mercado.

La reciente propuesta sobre la modificación de la normativa que regula el Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE) para adaptarla a las flexibilidades que permite la Comisión Europea, aunque importantes, se consideran totalmente insuficientes para hacer frente a las consecuencias que el Covid-19 ha tenido sobre el sector y sus precios.

El pago de las ayudas, la exención de determinadas penalizaciones o la modificación de los plazos, en la aplicación de las medidas de reestructuración y reconversión, inversiones, cosecha en verde y promoción en terceros países. Está muy bien y son bien recibidas por el sector, pero se han demostrado totalmente ineficientes para recuperar el precio de la uva. Que, sorprendentemente, presente cifras muy similares a las del año pasado en muchas variedades y regiones de nuestra geografía, sin que parezca tener ninguna consecuencia esta fuerte caída de la producción, generalizada en la Unión Europea y las buenas expectativas que se barajan y que vienen avaladas por el buen comportamiento de nuestras exportaciones en los meses precedentes.

En función de la actitud adoptada, parece bien claro que las bodegas han optado por no elaborar más de lo estrictamente necesario, trasladar a las cooperativas, obligadas a ello con la producción de sus socios, a su transformación y pagar precios más altos por los mostos e incluso vinos viejos, pero hacerlo solo con aquellas partidas que consideran estratégicas para su política de venta y por las que están pagando hasta un cincuenta por ciento más de lo que lo hicieron el año pasado. Caso de los mostos de Chardonnay, por ejemplo, cuyo precio actual roza, en algunas plazas los ocho euros hectogrado, cuando el año pasado cotizaba alrededor de los cinco setenta y cinco.

O lo que sucede con las uvas destinadas a la elaboración de cava, cuyas cotizaciones oscilan entre los veinticuatro y los veintiocho céntimos de euro por kilo, con apenas cinco céntimos sobre las del pasado año, mientras que los mostos presentan aumentos mucho mayores.

Sea como fuere, el caso es que el sector anda temeroso. Después de una situación tan extraña como la que hemos vivido estos últimos dieciocho meses, ya nadie se atreve a vaticinar lo que puede suceder con el consumo o las exportaciones. Y, ante eso, lo mejor es esperar.

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