Hablar de sensibilidad o compromiso podría resultar un tanto frívolo para un sector que está acostumbrado a hacer la guerra cada uno por su cuenta y en el que se aspira a crecer a costa del otro. No obstante, voluntariamente o de una forma impuesta, la realidad nos está llevando hacia unas condiciones de producción que nos resultan muy favorables. Con una clara implicación con la sostenibilidad, el respeto al medio ambiente y la valoración del origen como sumo elemento representativo de todos estos valores.
La recién aprobada reforma de la PAC con sus nuevos requisitos para el acceso a ayudas o el papel principal que debe desarrollar el consumidor, nos obligará a hacer cambios, a plantearnos el futuro sectorial de una forma diferente a la que lo hemos hecho hasta ahora. Aumentando el cultivo acogido a la certificación ecológica, elaborando más vinos sin sulfuroso y disminuyendo el nivel en todos los demás, recuperando variedades ancestrales, adquiriendo notoriedad en conceptos como biodiversidad… pero, por encima de todo, mejorando la certificación de cara al consumidor sobre el producto que consume, potenciando la seguridad alimentaria.
Y todo esto, justo al contrario de lo que podría parecer, requiere de un gran esfuerzo tecnológico, inversor y de conocimiento. Pilares sobre los que habrá que construir el futuro de nuestro sector. Aspirar a que todo esto se pueda hacer de una manera colegiada, comprometida y correspondida por todos podría sonar a quimera, pero me atrevo a decir que resulta imprescindible en el mensaje ético que debemos hacer llegar al consumidor.
De igual forma que somos conscientes del peligro que representa un consumo excesivo de alcohol y que el vino contiene un porcentaje considerable, y luchamos todos los días por transmitir que es el propio conocimiento del vino el que te conduce hacia su cultura como mejor herramienta con la que luchar contra el alcoholismo. Tenemos que ser capaces de transmitir el resto de valores de los que somos garantes.
No es posible obtener buenos vinos sin un respeto al medioambiente, sin estar cerca de la tierra, sin mantener las tradicionales o velar por la trazabilidad del producto Y solo desde esa atalaya de valores es posible plantearse la rentabilidad de sus operadores.
Nuestra sociedad ha cambiado, la especialización se impone y convierte la profesionalización en el elemento básico sobre el que poder desarrollarla, en detrimento de la concepción de la agricultura como actividad secundaria. Lo que exige recursos y una gestión de la que hasta ahora, en muchos casos, hemos carecido.
De la misma forma que la calidad pasó de ser un hecho diferenciador a convertirse en un requisito sobre el que construir los mensajes que le dan valor al resto de intangibles; tenemos que ser capaces de entender que la excelencia es el único camino que nos queda para satisfacer a los consumidores.
El mercado es universal, sus posibilidades casi infinitas, la diversidad de consumidores, hábitos, canales de venta y destinos, convierten sus posibles combinaciones en interminables. Abanderar esas exigencias y valorar el papel que cada uno de los integrantes de la cadena de valor tiene, siendo capaces de construirla verdaderamente desde abajo, puede sonar como un brindis al sol, pero no nos olvidemos que, queramos o no, los controles han venido para quedarse, que cada día contaremos con mejores herramientas y la honestidad no dejará resquicio por el que escapar.