Por un consumo en recuperación

Posiblemente esté cometiendo el peor de los errores en los que puede caer un medio de comunicación, que no es otro que la falta de imparcialidad en el tratamiento de la información. Pero, hecha la advertencia, permítanme la licencia de echar la imaginación a volar y en esta editorial compartir con todos ustedes la esperanza de que, este año largo que llevamos de restricciones esté llegando a su fin y, con él, la vuelta a cifras de consumo de vino parecidas a las que teníamos por el mes de marzo del 2020, cuando aquel día 13 cambiaron nuestras vidas de manera insospechada.

Es muy probable que esta vuelta a la situación anterior requiera de una transición ordenada y cautelosa y que debamos esperar un buen tiempo hasta superar las numerosas secuelas que, en los diferentes aspectos de nuestras vidas: social, familiar, económico, laboral…, nos ha dejado la pandemia. Pero, desde el más profundo de los convencimientos, lo conseguiremos y nuestro consumo de vino, se recuperará, superando los 11,09 millones de hectolitros que alcanzamos en febrero del 2020. Hoy, con los datos del Infovi correspondientes al mes de abril podemos decir que estamos en un consumo aparente de 9,14 Mhl, con un crecimiento de 56.516 hectolitros sobre el del mes de marzo y es el segundo mes con tasa positiva. Tendencia que, salvo catástrofe, se mantendrá, acelerándose con los meses de vacaciones y la recuperación de un turismo que, hoy, todavía es muy residual.

La recuperación de momentos de consumo en los hogares que se habían perdido, o simplemente resultaban residuales, la facilidad de acceso a los vinos que ha supuesto la digitalización de muchas de nuestras bodegas, el desarrollo de las plataformas online y la propia incorporación de pequeños núcleos de consumidores, auparán el consumo y acelerarán su recuperación.

¿Suficiente para considerarlo aceptable en un país con una producción potencial que supera los cincuenta millones de hectolitros? Tajantemente NO. Pero tampoco vamos a esperar que en unos pocos meses solucionemos un problema que llevamos arrastrando décadas y que requeriría de un Plan Estratégico Sectorial para los próximos diez años, en el que se abordasen, con profundidad, honestidad y seriedad, los potenciales de producción por zonas y tipos de productos, las diferentes utilizaciones, las distintas alternativas que se presentan en la comunicación y el marketing del vino, donde englobaríamos el desarrollo de los diferentes canales de comercialización. Así como el peso de cuestiones paralelas, pero de gran influencia, como pudieran ser todas las relacionados con la ecología y el medio ambiente, hábitos de consumo, la proliferación de consumidores veganos o vegetarianos, así como las diferentes nomenclaturas autorizadas para la designación y presentación de los vinos. Sin olvidarnos de que estamos hablando de empresas que no solo tienen que jugar un papel principal en esta recuperación del sector vitivinícola español, sino que, además, tienen que ser rentables para resultar sostenibles en todas sus fases de formación de una cadena de valor que, desde el conocimiento pormenorizado de la realidad, debiera abordar el futuro con valentía y ajeno a cualquier condicionante impuesto por cuestiones políticas.

Definir bien todas estas cuestiones y contar con ese Plan Estratégico cuyo concurso ha convocado la Interprofesional del Vino de España (OIVE) debiera permitirnos afrontar con criterio el debate, actualmente abierto, sobre si la situación que estamos viviendo es una cuestión circunstancial o coyuntural. Estéril y que no está haciendo más que generar enfrentamientos en colectivos de mucho peso en España.

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