Que no vivimos unas circunstancias normales, es algo que resulta insultante hasta decirlo, con todo lo que está sucediendo. Por consiguiente, intentar comprender lo que están viviendo nuestras bodegas supone un ejercicio baldío e, incluso, contraproducente, como lo fue en su momento entender la situación que afectó a los viticultores y toda la polémica generada en torno al precio de la uva. Lo que no nos puede conducir más que a conclusiones equivocadas, que tengan como resultado la toma de decisiones erróneas y enfrentamientos estériles que enrarezcan, un poco más, las ya delicadas relaciones existentes entre los dos principales actores de este sector como son producción e industria.
Asumir que nos encontramos frente a una campaña que estará repleta de cifras negativas, como nunca antes hemos vivido, podría ser el primer paso en la carrera de fondo que nos deberá conducir hacia una recuperación paulatina de una normalidad que, seguro, nunca volverá a ser la de antes. Sin embargo, estamos obligados a confiar en que en ella el papel del vino en el hogar recupere el protagonismo que otros cambios sociales le usurparon en las décadas de los ochenta y noventa.
El que las existencias a finales de octubre, según datos del Infovi, aumentasen en 8,6 millones de hectolitros, seis millones setecientos mil hectolitros de vino más que en el mismo mes del año anterior, podría tener una explicación tan sencilla como que la vendimia este año hubiese venido un poco más adelantada que el año pasado. Pero todos sabemos que no estaríamos haciendo nada más que engañarnos y no querer asumir que un parte muy importante de ese incremento encuentra su explicación en una disminución de las salidas al consumo, tanto interno como externo, y que dichos volúmenes difícilmente los podremos recuperar a lo largo de la campaña.
Las cosas podrán mejorar, la vacuna ser una realidad y la inmunidad de grupo ir alcanzándola poco a poco, junto con la recuperación de las principales magnitudes macroeconómicas. Pero sabemos que nada de todo eso va a evitar que el vino no bebido sea un vino excedente al que habrá que buscarle una solución definitiva para poder recuperar el equilibrio en el mercado.
Tampoco deberíamos, en mi opinión, ser más ambiciosos de lo estrictamente necesario, ya que corremos el riesgo de que, como siempre nos ha sucedido, acabemos por no hacer nada y dejar pasar la oportunidad de afrontar el futuro del sector de una manera conjunta y con corresponsabilidad.
Sabemos, con pandemia al margen, que nuestro sector presenta importantes desequilibrios estructurales. Que sin solucionar estos es imposible encontrar la paz que todo mercado requiere. Y que ese equilibrio pasa por aumentar el consumo, mejorar nuestras exportaciones a las que le queda poco recorrido de volumen y sí mucho por hacer en el valor, reducir la producción, permitir disfrutar a nuestros viticultores de una renta digna que garantice el relevo generacional y la profesionalización del campo, etc. Y que todo esto es imposible hacerlo de otra forma que no sea colectivamente.
También sabemos que para poder hacerlo hacen faltan planes concretos que especifiquen medidas y objetivos cuantificables. Pero tan importante como esto es que exista alguien (física o jurídicamente hablando) que sea quien comande todo este proceso. Un líder capaz de generar confianza e ilusión cuando se planteen restricciones, recortes o sacrificios.
En otros tiempos hubiera sido deseable que hubiese sido el Ministerio quien abanderase esta transformación. Hoy esto es imposible ya que debe ser el propio sector el que lo haga. ¿Estamos capacitados para hacerlo?
El sector del Cava, por ejemplo, está muy desorientado. Cuando todos los expertos recomiendan no utilizar variedades francesas, que no son apropiadas para nuestro clima, sigue utilizándolas!!! Se han exportado cuatro millones de botellas a 50 céntimos de euro la botella!!!