Son muchas las ocasiones en las que me he referido a la gran diferencia existente entre cómo nos ven desde fuera y cuál es la realidad de las empresas y personas que centramos nuestra actividad en el sector vitivinícola. Discrepancia que, en muchas ocasiones, nos lleva a complicarnos mucho la comunicación con los clientes que, al fin y al cabo, es lo que son los consumidores.
Contar miserias y lamentaciones es algo que no debería hacerse nunca. Al fin y al cabo, todos tenemos las nuestras. Pero si, además, a los que se lo estamos contando se enfrentan a una realidad en la que cada día hay más referencias en el mercado, los precios suben (aunque solo sea porque con estas nuevas etiquetas las bodegas buscan mejorar su posicionamiento en el precio que les es negado con las existentes); si cada día son más las bodegas que invierten en enoturismo, mejorando sus instalaciones y haciendo recintos atractivos que sacien el sentimiento aspiracional que le es propio al vino; o, simplemente, ha cambiado la forma de consumirlo, permaneciendo el consumo que se realiza fuera del hogar, donde la imagen es un factor clave, y perdiéndose aquel destinado al ámbito doméstico, en el que no existían cuestiones que le otorgasen valores más allá de los estrictamente relacionados con el producto y su precio… Resulta muy fácil comprender esa gran brecha que se ha abierto entre la imagen proyectada y la realidad de los operadores del sector.
Pero no es esta la dicotomía a la que quería referirme esta semana, y sí a la que tiene lugar entre las cifras macroeconómicas que representa el sector vitivinícola español y la falsa sensación de valor con la que lo defendemos ante las administraciones.
Y, como para hacerlo no hay nada mejor que sean “otros” los que, con su reputación, den valor a las cifras, la Interprofesional de Vino daba a conocer el pasado lunes, en streaming (obligados por la actual circunstancia de pandemia) el trabajo elaborado por Analistas Financieros Internacionales (AFI) bajo el título “Importancia económica y social del sector vitivinícola en España”. Su presidente, el reconocido economista Emilio Ontiveros, intentó ponerlo en valor y comenzar a generar ese “orgullo de colectividad” que tanta falta nos hace.
Somos una gran potencia mundial, nuestra superficie, producción y exportación así lo justificaban, pero, a partir de ahora también lo hará nuestro peso en la economía nacional (VAB por encima de los 23.700 M€), aportación a las arcas públicas (3.800 M€) y sus empleos directos e indirectos (427.700). Por no mencionar la adaptación a una producción más respetuosa con el medio ambiente que hace frente al cambio climático.
Su efecto reclamo y tractor para otros sectores como el turístico, donde, al menos hasta hace seis meses, éramos una potencia mundial. O el papel que juega en la fijación de población en el medio rural. Son valores de los que todos nos deberíamos sentir orgullosos.
Y el que desde la Organización Interprofesional que nos representa a todos, nos lo recuerden y le pongan cifras concretas, debería hacernos sentir orgulloso de sentir que #somosvino2020.
¡Pero se exporta Cava a 50 céntimos la botella!