Por más extraño que pueda parecer, algo está evolucionando tal y como era previsible y esta no es otra cosa que el sector vitivinícola mundial. Pérdida de consumo generalizada, rompiendo la tendencia alcista (aunque modesta) de estos últimos años, retracción de la economía doméstica, con una importante contención en el gasto “ante lo que pudiera venir”, por más que el consumo en el canal alimentación presente buenas cifras. O unos bodegueros que toman el testigo de los viticultores para reclamar unos ingresos que el mercado no es capaz de proporcionarles en la cantidad que consideran mínima para la subsistencia de sus negocios, mediante la aplicación de medidas de intervención en la producción. Son todo noticias de las que no podemos sentirnos satisfechos, pero que no pueden sorprender a nadie.
Lo que ya no tengo tan claro que no sorprenda a nadie es la decisión que pueda, o deba, tomar (según a quién le preguntes) nuestro Ministerio de Agricultura sobre la aplicación de nuevas medidas extraordinarias para eliminar una parte de esa producción que tanto está pesando en el mercado y que hace incapaces a sus operadores de vislumbrar un futuro próximo optimista.
Lo primero porque habría que considerar es que, por más evidentes que resulten los problemas a los que se enfrenta el sector vitivinícola, no es el único, ni el más perjudicado de los sectores productivos de nuestro país. Por no hablar de la importancia en su contribución al PIB. Lo segundo, porque ya cuenta con unos fondos, procedentes de sus fondos europeos del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE) con los que no cuentan otros sectores. Lo tercero, porque se trata de una bebida alcohólica, sobre la que algunos de nuestros políticos, haciendo gala de gran “competencia y conocimiento”, le han declarado la guerra, manifestándose felices si algún día desapareciera. Y lo cuarto, y mucho más importante, porque, como consecuencia de todo lo anteriormente descrito y mucho más (que ni el espacio permite, ni la necesidad requiere), la experiencia reciente de la pasada campaña con la aplicación de más de noventa millones de euros en intentar solucionar un problema, se ha demostrado totalmente insuficiente para hacerlo y, muy posiblemente, no hubiera dinero suficiente para emplearlo. Entre otras cosas, porque se trata de un problema de demanda que escapa completamente la capacidad de la oferta.
Así es que, por primera vez en muchos meses en los que la improvisación y el desconocimiento de lo que puede suceder ha imperado en nuestra sociedad, podemos decir que sabemos que vienen tiempos muy difíciles para el sector vitivinícola en España. Que, una vez más, se pondrá de manifiesto la enorme diferencia entre lo que representa el sector para los gobiernos de unos y otros países, incluso de unas y otras regiones españolas. Y que nos enfrentamos a tiempos muy complicados en los que, Dios no lo quiera, habrá que tomar medidas muy desagradables para intentar equilibrar la oferta y la demanda cuando seamos capaces de concretar cuál es esa demanda.
El Alcalde de Madrid desea tomar cañitas…