Por encima de volúmenes, calidades y precios, dos acontecimientos marcarán esta cosecha para el resto de la historia. Uno, confiemos en que totalmente excepcional y al que no tengamos que referirnos nunca más, ha sido la pandemia del coronavirus Covid-19 que nos asola y que lleva cambiándonos la vida de forma inimaginable desde marzo, amenazando con seguir haciéndolo hasta principios de mayo. Esta situación ha supuesto la puesta en marcha de unos protocolos sanitarios jamás vistos y ha condicionado la vendimia con un sobrecoste que, de una forma directa, teniendo que hacerle frente cada bodega, o indirecta, a través de los Consejos Reguladores o Consejerías, han llegado en el momento más delicado que viven nuestras bodegas, con una pérdida sustancial de sus ventas y un futuro totalmente incierto.
La segunda, mucho más “normal”, pero no por ello habitual, afortunadamente, han sido las enfermedades criptogámicas, porque han sido dos: mildiu y oídio. Dos hongos que, cada cierto tiempo, y, siempre que las condiciones de humedad y temperatura les sean favorables, atacan a la viña de manera continuada y acaban haciendo muy difícil y costoso su tratamiento. Con efectos sobre la cantidad y calidad del fruto que pueden ser, desde apenas considerable, a suponer la pérdida de la totalidad de la cosecha.
Ambos acontecimientos se han unido en una campaña para formar una tormenta perfecta en la que las necesidades del mercado aconsejaban una producción corta que permitiera aliviar las importantes existencias almacenadas como consecuencia de la paralización de la hostelería, pero que, en algunos lugares, se ha visto fuertemente superada, afectando a la calidad del fruto. Estar confinado durante los meses de marzo, abril y mayo, cuando el hongo se cebaba con la viña y no poder ir al viñedo a tratarlo preventivamente, han representado un quebranto para muchos viticultores.
Y, a pesar de ello, los precios de las uvas han vuelto a adquirir el protagonismo de otras campañas ante la denuncia de las organizaciones agrarias de resultar insuficientes para hacer frente a los propios costes Politécnica de Valencia para la Interprofesional del Vino sobre la determinación de los costes de producción en las diferentes comunidades autónomas, según diferentes sistemas de conducción y disposición de regadío o no. Cuyo objetivo era dotar al sector de un modelo con el que facilitar que cada viticultor pudiera acceder a un conocimiento preciso de sus costes de producción y que ha sido utilizado como referencia del precio mínimo que debiera pagarse por las uvas. Acusando a las bodegas de estar obligando a los viticultores de vender a pérdidas. Lo que resultaría totalmente inaceptable, al impedir la Ley de la Cadena de Valor que esto pueda producirse.
Aún con todo y con ello, la cosecha ha seguido su ritmo y las vendimias han acabado por llevar hasta los lagares un volumen que, según nuestras estimaciones, se situará entre los cuarenta y dos millones y medio de hectolitros y los cuarenta y cuatro, con un fruto de gran calidad. Una producción un quince por ciento superior a la del pasado año y que será la que mayor crecimiento presente de todos los grandes países productores.
Por regiones, destaca, de manera muy especial, Castilla-La Mancha, no ya solo por el hecho de que ella sola suponga más de la mitad de toda la producción española, sino porque junto con Navarra es la que mayor variación positiva presenta. Justo lo contrario que Cataluña, que con una pérdida de un tercio de la cosecha del año pasado es la que más va a ver menguada su producción, debido a la alta concentración de viñedo ecológico que presenta y que los tratamientos sin sistémicos han resultado insuficientes para dominar los hongos y evitar pérdidas que llegan a superar la mitad de la uva en algunos casos.