Entre las consecuencias que sobre el consumo mundial de vino está teniendo, y previsiblemente seguirá teniendo en el corto plazo, el Covid-19. La escasa voluntad de los máximos dirigentes británicos por llegar a un acuerdo con la Unión Europea que impida el cierre de fronteras que provocaría un “Brexit duro”. La prepotencia del presidente de los Estados Unidos, mostrándose dispuesto a seguir utilizando al vino como moneda de cambio con la que presionar el comercio mundial de productos industriales. O la disposición de los viticultores rusos por producir vinos de alta calidad que reemplacen la mayoría de las importaciones que en los últimos años han realizado. Por no seguir con otros asuntos que, no por menos notorios, no resultan tanto o más importantes para nuestro comercio… El panorama que se nos presenta para la colocación de esta vendimia 2020 presenta grandes retos que, en muchas ocasiones, traspasan las competencias de muchas de nuestras organizaciones y cuya resolución se antoja complicada y difícilmente solucionable en el corto plazo.
Y es que, sin querer insistir más que lo justo en estos temas, el mayor problema al que se enfrenta el sector vitivinícola mundialmente no es un problema de producción, tanto como de consumo. Asuntos todos ellos que, efectivamente, no son nuevos de esta campaña, ni tan siquiera el del coronavirus, que nos viene acompañando ya desde marzo, pero que se han juntado para provocar una “ciclogénesis explosiva” que amenaza con trastocar el mercado mundial y su débil equilibro del que hasta ahora disfrutábamos
Los problemas exceden con mucho la circunstancialidad de una cosecha o una campaña y su resolución requiere del esfuerzo colectivo de muchos más agentes que los estrictamente relacionados con el vitivinícola. Hablamos de asuntos internacionales de gran calado que bien poco tienen que ver con el vino, pero que lo han tomado como rehén de conflictos de los que, si nada lo remedia, podría salir muy mal parado en el corto plazo.
Lo que, lejos de desilusionarnos, debería servirnos de acicate y animarnos a encontrar aquellos elementos positivos y ser capaces de, utilizándolos inteligentemente, salir fortalecidos de una situación que, a priori, parece pintar todo en negativo, pero que puede resultar muy interesante para el sector.
Sin ningún ánimo de decir lo que se puede hacer (sencillamente no estoy capacitado para ello), sí hay temas que parecen más o menos evidentes que podrían abordarse desde la necesidad que imponen momentos como los actuales.
Uno de ellos sería asumir que estamos hablando de UN sector y que las soluciones deben venir de todos y beneficiar a todos. Lo que nos llevaría a la necesidad de adoptar acuerdos plurianuales de todo tipo sobre precios, producciones, clases de vino… de tal forma que disfrutáramos de una estabilidad durante unos años que nos permitiera adoptar todas aquellas medidas como las relacionadas con el consumo interno, promoción de país, exportaciones, imagen… que nos dieran la estabilidad a largo plazo.
Otro, el relacionado con asumir que las respuestas a nuestros problemas deben venir de nosotros mismos y que cada vez más los recursos se demuestran más escasos (y todo apunta a que serán todavía más reducidos en el futuro).
Aprovechar el desarrollo del comercio digital, modificar los tamaños de los envases adecuándolos a las necesidades de los hogares, elaborar vinos para momentos diferentes de consumo, utilizar un lenguaje más sencillo y comprensible, asumir que nunca volverá a formar parte de nuestra dieta diaria o que no es una medicina pero que juega un papel medioambiental fundamental o en la fijación de población… Y, de manera muy especial, asumir que hablamos de una actividad profesional que debe regirse por criterios empresariales. Son solo algunas de las premisas que deberíamos asumir.