A diferencia de lo que ha venido sucediendo tradicionalmente, este año el avance de la vendimia, lejos de confirmar el aumento de cosecha, está provocando que cada semana que pasa las previsiones desciendan con respecto a sus precedentes.
No sé muy bien si por un exceso de optimismo en las primeras cifras que manejó el sector, o por las circunstancias tan anómalas que envuelven esta campaña, donde el protagonismo lo ha acaparado, casi por completo, el Covid-19 y sus consecuencias tan nefastas sobre el consumo y las grandes cantidades de vino con las que debían afrontar la nueva vendimia las bodegas. El caso es que, ni las cifras oficiales de existencias del Infovi a 31 de julio que se cifraron en 34,64 millones de hectolitros, un 6,7% y cerca de 2,5 millones por debajo de los 37,1 Mhl de la campaña anterior (aunque eso supusiera un 6,8% más que la media de las últimas 5 campañas); han calmado un mercado que, a juzgar por los precios a los que están cerrándose los contratos con los viticultores, o las cotizaciones de los mostos, podríamos decir que se encuentra fuertemente deprimido.
Está claro que, en estos momentos, pesan mucho más sobre el mercado las negras perspectivas sobre las utilizaciones, que las cifras de las disponibilidades. Lo que, dicho sea de paso, nos lleva a que el Ministerio de Agricultura acaba asumir unas estimaciones “oficiosas” de producción de vino para la actual campaña de 37,5 Mhl, un 11% más que en 2019/20. Lo que nos situaría con unas disponibilidades de vino superiores en un 2,3% y en 1,9 millones a la oferta disponible media del último lustro (70,2 Mhl).
Lo que, viendo lo que está cayendo con las constantes denuncias de las organizaciones agrarias sobre los precios que están comprometiendo las bodegas y que les impiden alcanzar el mínimo suficiente con el que poder hacer frente a los costes de producción, no tendría más explicación que la de unas previsiones de consumo nefastas ante la imposibilidad de recuperación del canal de la hostelería y restauración.
Poco importan los niveles de calidad, o el gran esfuerzo que han tenido que realizar los viticultores por sacar la cosecha adelante ante los constantes episodios de enfermedades criptogámicas (mildiu y oídio) a los que han tenido que enfrentarse, llegando a duplicar el número de tratamientos aplicados. Poco importa que la calidad del fruto sea buena y la selección en bodega garantice una alta calidad de los vinos. Incluso poco parecen estar importando los bajos precios de cara a mejorar la ya de por sí alta competitividad de nuestros productos en el mercado exterior. El consumo cotiza a la baja, las necesidades se estima que se verán fuertemente afectadas, reduciendo la demanda mundial de vino y provocando la ruptura de la tendencia positiva que presentaba desde hace varios lustros.
Bajo estas circunstancias, solo queda esperar a que el mercado vaya recuperando su actividad en el canal Horeca. Los miedos de los ciudadanos a consumir vayan viéndose superados por una adaptación a las nuevas circunstancias que se han impuesto, y las bodegas e instituciones sean capaces de encontrar la forma de llegar a los consumidores en esta nueva realidad que se ha impuesto.