Nos acercamos hacia el final del estado de alarma que fuera decretado el ya lejano catorce de marzo, aunque todavía no seamos capaces de ponerle fecha, y se van conociendo poco a poco las condiciones en las que saldremos de él. Sabemos que va a ser de una forma paulatina y para ello se van a utilizar herramientas muy variopintas, que van desde las mascarillas o test generalizados, hasta aplicaciones de geolocalización o limitaciones en las libertades de los ciudadanos. Por no hablar de aquellas relacionadas con la economía, con las que hacer frente a una recesión que ya nadie cuestiona y sobre la que se están poniendo cada vez más en evidencia las grandes diferencias sobre cuáles son las prioridades para los grupos políticos, así como la talla de nuestra clase dirigente.
La pérdida de más de ciento veintidós mil empresas inscritas en la seguridad social, ochocientos treinta y cuatro mil cotizantes menos, un IPC del mes de marzo que ha caído seis décimas, proyecciones de PIB que estiman en una caída del ocho por ciento en 2020… son cifras suficientemente elocuentes para saber que las cosas no van a ser tan rápidas como nos prometieron y, lo que es mucho peor, que sus consecuencias en el paro y la renta disponible de los españoles tendrán fuertes repercusiones en el consumo.
¿Cómo repercutirá esto en nuestro sector? Es la gran pregunta. Pues si bien podemos pensar que se verá afectado negativamente, dado que no se trata de un bien de primera necesidad, también podemos albergar la esperanza de que uno de los cambios que toda esta situación haya provocado en la sociedad, imposible de concretar en estos momentos, sea el de recuperar la presencia del vino en la mesa de nuestros hogares, con lo que ello supone de normalidad en la alimentación.
Sabemos que no es posible volver a cifras de consumo como las de los años setenta, pero sí podemos trabajar por aprovechar esta situación para apoyar la lucha contra algunos de los errores que, desde el propio sector, hemos cometido; como pudieran ser todos aquellos relacionados con un boato y conocimientos que han ido mucho, mucho más allá de lo que un consumo racional requiere. Acercándolo más al lado de la cotidianidad que de la celebración.
Afortunadamente, producimos suficiente cantidad, de diferentes tipos y calidades de vinos, como para poder llegar a cualquier consumidor y momento de consumo. También se ha demostrado que el sector es capaz de adaptarse a las nuevas tecnologías y llegar de una forma mucho más directa al cliente.
El mundo ha cambiado y es previsible que nuestras relaciones sociales también lo hayan hecho y tengamos la oportunidad de comprobarlo en los próximos meses. Y estoy seguro, el vino no va a permanecer ajeno a todos estos cambios.