En un periodo más o menos breve, al confinamiento al que nos han sometido para luchar contra la propagación del Covid-19 se le pondrá fin y con él pasaremos de tener que preocuparnos por el colapso de la Sanidad y los grandes esfuerzos para atender a los afectados; a tener que hacerle frente a una profunda recesión y a la obligación de reactivar nuestro tejido productivo.
Con una diferencia y es que, hasta ahora, cuando la economía se frenaba lo hacía de manera involuntaria, consecuencia en cadena de situaciones sobre las que no se tenía la capacidad de actuar directamente. En esta ocasión, han sido los propios Estados los que la han frenado, haciéndolo, además, de la manera más brusca que han podido.
Dado que es la primera vez que sucede, lo que vaya a pasar es una incógnita. Por más que la teoría sea que la recuperación debe producirse en un periodo de tiempo muy breve, según quienes la han provocado, y será algo mucho menos rápida (de doce o dieciocho meses), según algunos expertos. Por el bien de todos, vamos a confiar en que esto sea así y que la vuelta al trabajo de los cientos de miles de personas afectadas por los ERTE (o que, directamente, han sido despedidas o, sencillamente, sus empresas han cerrado) vuelvan a tener un salario que les permita recuperar el consumo y, con él, el crecimiento de nuestra economía, rápidamente.
Aún con ello esta reactivación tendrá efectos sobre nuestra sociedad más allá de los estrictamente sociales o políticos que, por profundas que sean, nunca serán comparables con las consecuencias a las que en el terreno económico y laboral debamos hacer frente de manera inmediata.
Limitarán temporalmente las grandes concentraciones y establecerán medidas que limiten la natural afectividad que tenemos los latinos. Reducirán los aforos de los establecimientos, nos obligarán a llevar equipos de protección, como mascarillas o guantes… y Dios sabe cuántas más cosas, que ni tan siquiera me puedo llegar a imaginar. Pero lo que no podrán conseguir es que el turismo vuelva a ser lo mismo en unos pocos meses, ni que las visitas a las bodegas se conviertan en una alternativa para una movilidad que dependerá mucho de la capacidad económica de los consumidores.
De hecho, ya se puede asegurar que los hábitos de compra han cambiado y lo que iba a suceder, irremediablemente, en las próximos lustros, se ha visto acelerado de manera exponencial, con una implantación del comercio electrónico obligatorio, que ha venido para quedarse; y que llevará a muchas de nuestras bodegas a tener que hacer grandes esfuerzos por adaptarse a un canal que, aunque existente, era considerado complementario a un modelo en el que alimentación y hostelería seguían figurando como los dos grandes clientes sobre los que centrar sus esfuerzos.
Y es que, si bien el Vino ha tenido unas buenas cifras de venta en estas últimas semanas en los canales “retail”, club de vinos e internet, incluso podríamos considerar las vinotecas y tiendas gourmet que tuviesen servicio a domicilio; todo lo relacionado con Horeca, Canarias y venta directa, bien podríamos decir que se ha perdido por completo.
Valorar cuánto representa esto, hasta la fecha, era completamente imposible, ya que no existía ningún estudio que lo cuantificara. Afortunadamente, desde hace una semana, y con todas las salvedades que queramos ponerle, ya no es así, y el sector dispone de un informe que, elaborado por el OEMV para la Interprofesional y que, previsiblemente, se hará público la próxima semana; hace posible cuantificar el peso de cada uno de estos canales de compra.
Eso, añadido a los cambios que esta situación ha provocado en los consumidores, especialmente en lo relacionado con sus criterios de compra, tal y como podemos leer en el artículo que hemos elaborado con el estudio realizado por Wine Intelligence, nos permite asegurar que la vuelta a la “normalidad” va a estar más cerca de ser un eufemismo que de la realidad. Esperemos que sepamos aprovechar esta gran oportunidad.