Con los datos de exportación de 2019 en la mano, ya podemos aseverar que no ha sido un buen año para nuestro comercio exterior en lo referente al sector vitivinícola. Perder un 8% del valor con respecto al año anterior, hasta alcanzar los 2.690,64 M€ en el total de vinos, o un 8,8% si tenemos en cuenta mostos, vinagres y aromatizados, en cuyo caso el total del valor alcanza los 3.014,71 M€; es una pésima noticia, si tenemos en cuenta que nuestro volumen aumentaba un 6,5% y 6,2% respectivamente, hasta situar en 21,242 Mhl los vinos y 27,099 Mhl el total de productos vinícolas.
El porqué de lo sucedido es bastante fácil de imaginar, máxime cuando llevamos muchas campañas evidenciando que cualquier modificación en el volumen de exportación tiene una repercusión, muy similar, pero con signo contrario en el valor. Consecuencia de ello, una fuerte alteración en los precios unitarios que, con un descenso del 13,6% nos devuelve a valores muy parecidos a los del 2017, con un precio medio entonces de 1,24 €/litro frente al 1,27 de este año, o los 1,12 €/litro Vs. 1,11 para el conjunto de productos.
Con estas cifras, no parece muy arriesgado afirmar que nuestro vino, en términos generales, se comporta como una especie de commodity, fuertemente sujeto a los vaivenes de la producción y con un escaso valor añadido que le permita disfrutar de la necesaria estabilidad en los precios para generar verdadero valor añadido.
Cierto es que no todos los productos que componen nuestra cesta de exportación han tenido el mismo comportamiento en sus precios; y que, frente al descenso del 28,6% que han soportado los vinos a granel, tenemos apenas una caída del 3,6% en los envasados. Siendo los tintos con D.O.P. y envasados los únicos que presentan crecimiento (del 2,8%), con un precio unitario en 3,9 €/litro. Dándose la paradoja de ser el mayor precio al que vendemos y con un crecimiento constante en la última década. Luego, podemos concluir que no es el precio lo que justifica la alta variabilidad de nuestras exportaciones.
Otro buen ejemplo lo podríamos tener en los BiB, pues si, como decía anteriormente, los graneles presentan cifras de caída muy notables, si entramos en el detalle de esta categoría, mientras los vinos con indicación de variedad crecen, nada menos que un 36,4%, los que exportamos a granel sin mención de variedad, ni origen (los antiguamente conocidos como vinos de mesa) pierden el 32%.
Lo que no sería muy importante si no fuera porque es precisamente en este tipo de vino, de mesa, en el que concentramos el 54,72% del volumen, mientras que el BiB apenas representa el 1,67% y los vinos con D.O.P. envasados el 15,16%.
Con estos números, que tampoco es que difieran mucho de las de otros años, es relativamente sencillo concluir que debemos cambiar el mix de producto si queremos otorgarle el valor añadido necesario para disfrutar de mayor estabilidad y rentabilidad en todas las fases que componen la cadena de valor.
El problema lo tenemos en concretar: conocer cuál puede ser un objetivo real a corto y largo plazo y establecer una estrategia con medidas concretas con las que alcanzarlos. Lo que a nivel particular de cada una de las bodegas puede resultar complicado, pero no les quiero contar si a la complejidad innata de los mercados le añadimos la heterogeneidad del sector, con elaborados y condiciones de producción que no soportan la más mínima comparación.
Intentar seguir lo hecho por otros países puede resultar necesario para plantearnos qué queremos hacer, pero resulta totalmente insuficiente para saber lo que tenemos que hacer. Las condiciones de mercado, los consumidores, la distribución, momentos de consumo, logística… nada tienen que ver con los de hace una década, ya no les digo con los de hace dos o tres.
Pero, aun así, hay algo que resulta totalmente incuestionable, y es que no podemos permanecer quietos. Solo nosotros tenemos la solución y solo de nosotros depende su éxito.