Sabemos, porque así nos lo hacen saber las empresas que se dedican a estudiar los hábitos de los consumidores y sus criterios en la elección del producto, que las características técnicas han pasado a un segundo plano de importancia en la elección, en beneficio de aquellas relacionadas con las experiencias y emociones. Ya no es imprescindible saber de vino para comprar una botella y sí, en cambio, tener la certeza de que su degustación me va a proporcionar un momento emocionalmente satisfactorio o que quedará en mi recuerdo como un momento inolvidable.
Esto, que dicho así parece muy fácil y sencillo, ni ha estado exento de dificultades a la hora de elevarlo como conclusión, ni han sido pocos los estudios, colectivos y tipos de consumidores a los que ha sido necesario analizar. Como tampoco lo está siendo para las bodegas y organizaciones que las agrupan ser capaces de trasladarlo a hechos y mensajes concretos.
Pero no se han quedado aquí los cambios a los que las bodegas han tenido que amoldarse en los últimos años. La proliferación de canales de comunicación que poco o nada tienen que ver con los tradicionales, los lenguajes a utilizar, el peso de la imagen, incluso una cierta resistencia a admitir que me digan lo que debo hacer… Han hecho que la comunicación en el vino haya sufrido una transformación brutal, imponiéndose mensajes subliminales o recomendaciones de compra.
Encontrar elementos atractivos que transformen las amenazas en oportunidades se ha convertido en el objetivo prioritario de cualquier sector relacionado con el consumo de bienes y servicios. Y el vino no ha sido ajeno a esta circunstancia.
De entre los valores que más peso han adquirido entre los consumidores en sus decisiones de compra está la sensibilidad por las cuestiones relacionadas con el medioambiente y la salud. Dos valores en los que el sector vitivinícola lleva mucho tiempo invirtiendo, al considerarlos una parte intrínseca de su razón de ser, tanto por sus efectos ecológicos en el cultivo o fijación de la población rural, como por los posibles beneficios de un consumo moderado.
Y aquí es donde entra con fuerza la figura de lo que conocemos como Dieta Mediterránea, no tanto como concepto de una pauta nutricional, como en su acepción mucho más amplia y que está relacionada con un estilo de vida más equilibrado en el que se combinan recetas, formas de cocinar, productos, costumbres… incluso actividades diversas como el ejercicio.
Consciente de ello, el sector lleva años apoyándose en la Fundación que lleva su nombre para realizar actividades encaminadas a acercar al consumidor a esa realidad. La última: el Foro que, de la mano de la D.O.P. Cava organizó en el marco de la Barcelona Wine Week y en el que reunieron en dos mesas a lo más representativo del sector. Excelente iniciativa a la que hay que darle continuidad.