Si tuviéramos que definir la cosecha 2019 en pocas palabras y de una manera lo suficientemente elocuente, estas serían, sin ninguna duda: escasa y de calidad. Si además tuviéramos que hacer referencia a sus precios y comercialización: estables y en recuperación.
Términos que podríamos definir como plenamente satisfactorios… Bueno, casi, porque los precios de las uvas siguen por debajo de los umbrales de rentabilidad, según los estudios publicados por las organizaciones agrarias en la mayoría de las zonas y variedades; manteniéndose la vertebración del sector como la gran asignatura pendiente que tienen sus integrantes y cuya complejidad va mucho más de volúmenes o calidades y está mucho más relacionado con valor, reconocimiento de marca, profesionalidad, estructura productiva… y toda una serie de características estructurales cuyos cambios están fuera del alcance de acciones individuales o circunstanciales de campaña.
Todas las regiones españolas han dispuesto de una cantidad inferior a la del pasado año, en mayor o menor medida, con variaciones que van desde el ocho por ciento de Galicia o Cataluña, hasta el treinta y cinco de Aragón o Canarias, con mención especial al treinta de Castilla-La Mancha por concentrar algo más de la mitad del total de la producción nacional.
¿Las razones que explican esta importante pérdida? Pues, fundamentalmente, la sequía. La escasez de lluvia que hemos sufrido en España y el hecho de que solo un tercio de nuestro viñedo de vinificación disponga de riego, hace que la dependencia de la climatología sea extraordinariamente alta en este cultivo, originando un menor vigor en los viñedos, que ha tenido como consecuencia racimos menos compactos y de menor tamaño.
Claro que lo que no va en llantos, va en suspiros. Y es que, es precisamente esta circunstancia la que ha propiciado que la calidad del fruto, salvedad hecha de algunas comarcas muy concretas en las que sus enólogos han debido emplearse a fondo para hacer frente pequeños brotes de podredumbre con índices glucónicos que marcaban la barrera de lo preocupante; lo que ha permitido recepcionar una uva con un estado sanitario envidiable de la que se están obteniendo mostos de gran calidad y grado propio de nuestra climatología.
Recuperar los doce, trece grados Baumé en la gran mayoría de blancas y rozar, o incluso superar, los catorce en las tintas es algo que lleva implícito nuestro cultivo y nos permite recibir uvas con un coeficiente de madurez fenólica adecuado.
Los bajos precios a los que se han comprometido las uvas, en niveles muy similares a los que se hicieron el año pasado, cuando la cosecha fue de casi de doce millones de hectolitros más que la actual, encuentran su explicación, precisamente, en ese gran volumen del pasado año a nivel mundial y que provocó que las existencias al inicio de campaña se situaran muy por encima de las “normales”, ocho millones setecientos mil hectolitros de más en el caso de España de vinos y mostos. Arrojándonos unas disponibilidades, que al final es lo que acaba contando en el mercado, muy similares a las de la campaña anterior. Lo que explicaría que los precios de las uvas resultasen igualmente similares, a pesar del considerable descalabro de la producción.
Una campaña que no debiera presentar grandes problemas de comercialización, especialmente en las exportaciones, donde destinamos prácticamente más de dos veces lo que consumimos en nuestro país, si no fuera porque acontecimientos políticos, como el Brexit o la guerra comercial que ha emprendido el presidente estadounidense con Europa y que ha acabado afectando de lleno al vino envasado español, serán una nueva piedra en el zapato a la que deberán encontrarle acomodo nuestras bodegas en su batalla por comercializar unos vinos de gran calidad y elaborados a precios muy competitivos que serán los de la cosecha 2019.