¿Recuerdan lo que pasó hace unos años con China y las placas fotovoltaicas alemanas, conflicto comercial por el que algunas bodegas españolas se vieron obligadas a facilitar su “know how” a las bodegas chinas, además de grandes costes en despachos de abogados y seminarios a los dirigentes de las bodegas chinas? Pues, para aquellos con tan poca memoria que ya lo hayan olvidado, les diré que fue un duro y traicionero golpe al comercio vitivinícola español.
Ahora es EE.UU., el otro gran contendiente de esta guerra comercial, que han emprendido las dos mayores potencias mundiales, el que amenaza con subidas del veinticinco por ciento de los aranceles a productos agroalimentarios españoles, afectando de manera muy especial al vino. Y todo porque el Sr. Trump ha decidido declararle la guerra a Europa, la que otrora fuera su gran aliada comercial y militar. Una Vieja Europa que otorgó ayudas a la compañía aeronáutica Airbus en algunos países de la Unión Europea (Francia, España, Alemania y Reino Unido) en contra del otro gran fabricante mundial, la norteamericana Boeing.
La imposición de un arancel adicional del 25% a los vinos tranquilos de menos de 14 grados y envases de capacidad inferior a dos litros, procedentes de algunos de los cuatro países mencionados se aplicaría a partir del 18 de octubre y afectaría no solo al vino a Estados Unidos que con datos interanuales julio 2019 se presenta como el principal país importador por precio, 4,14 €/litro, cuarto destino mundial por valor con un total de 301,4 millones de euros y 73 millones de litros de vino español, de los que 240 millones de euros serían los que se verían afectados. También otros muchos como el olivar, cítricos o textiles se verían afectados de manera directa.
La reacción, tanto de la comisaria Europea de Comercio, Cecilia Malmström, como del Ministerio de Agricultura español, Luis Planas, ha sido de contrariedad y esperanza en que el próximo día 14 pueda llegarse a un acuerdo que no abra lo que han calificado como “medidas miopes” y contraproducentes que empujarían a la Unión Europea a una situación en la que no tendría otra opción que hacer lo mismo.
Acabe como acabe el asunto, el caso es que, una vez más, es el vino el que resulta secuestrado por los gobiernos de turno para redimir viejas rencillas que nada tienen que ver con él. Atrás quedan los grandes esfuerzos que bodegas y consejos reguladores han venido haciendo por exportar al primer consumidor mundial. Por situar sus mejores vinos y hacer de este destino palanca de promoción para el resto de su comercio mundial.
Algo vital, si queremos encontrar acomodo a una producción que el Ministerio ha estimado en 38,1 millones de hectolitros para la campaña 2019/20 según las cifras facilitadas a la Unión Europea, un 24,3% inferior a la del año anterior, 12,2 millones de hectolitros menos. Estimación que afectaría de especial manera a los mostos, para los que calcula la pérdida en el 29,6% hasta dejarlos en 3,8 Mhl y vinos con I.G.P. (3,4 Mhl) que rozaría el 29,2% de reducción. En el lado contrario encontraríamos los vinos sin indicación de calidad ni variedad (antiguos mesa) en los que la reducción sería tan solo del 20,6% cifrando su producción en 11,2 Mhl. Los acogidos a alguna denominación de Origen (-24,1% y 12,6 Mhl) y los varietales (-24,5% con 7,1 Mhl) completarían una producción que elevaría hasta las 77,2 Mhl las disponibilidades del sector para esta campaña. Una cifra que, considerando la reducción generalizada de la vendimia del resto de países productores comunitarios, es considerada por las organizaciones agrarias como aceptable de gestionar, sin necesidad de entrar en “guerras” comerciales que acaban siendo perjudiciales para todos.
Interesante futuro el que nos espera al que deberemos permanecer muy atentos.