Hablar de viticultura es hacerlo siempre con un alto grado de incertidumbre. Es precisamente su mayor valor, el apego a la tierra, al origen; lo que hace impredecible su comportamiento de un año a otro. Y aunque la gran profesionalidad de nuestros viticultores y los grandes avances técnicos con los que cuentan mitigan esta sobreexposición, su dependencia del comportamiento climático en la campaña es absoluta. Predecir lo que pueda suceder y adelantarse a las posibles inclemencias que se presenten es la labor más importante, pero no la única. Amoldarse a los cambios, ajustar los medios productivos a esas circunstancias cambiantes y conseguir minimizar al máximo sus efectos sobre las cosechas, labor de todos.
En esta tarea de predicción de los posibles acontecimientos a los que tendremos que hacerles frente en los próximos años para realizar este acomodo a las nuevas condiciones de cultivo, los científicos tienen mucho que decir. Por más que nos lo hayan repetido y aún a riesgo de resultar cansinos, la evidencia con la que se presentan los efectos que sobre la maduración del fruto y los episodios extremos de lluvias o episodios de sequía, han llevado a algunas bodegas a “tirarse al monte”, como coloquialmente podríamos decir, con la traslación de nuevas plantaciones a lugares más frescos, más altos y alejados de aquellas zonas de producción en las que actualmente se producen los vinos más afamados del mundo.
Adelantos de un mes en las fechas de vendimia para los próximos 50 años predichos por la Universidad de La Rioja y Lleida como consecuencia del cambio climático sobre la fenología y la composición de las variedades Tempranillo, Garnacha o Mazuelo cultivadas en la D.O.Ca. Rioja no son más que otro nuevo aviso a navegantes sobre lo que nos viene encima y que ya hoy podemos comprobar fácilmente.
La adaptación parece la mejor forma de hacerle frente a las consecuencias que pudiera tener el cambio climático sobre la vitivinicultura. Investigar nuevo material vegetal (portainjertos y clones), pero también técnicas de cultivo (marcos de plantación, conducciones, orientaciones, podas…) así como prácticas enológicas que nos ayuden a extraer lo mejor de la uva y eliminar lo no deseado son aspectos a los que deberíamos dedicarles más recursos de los que lo hacemos si queremos tener éxito en mantener nuestro viñedo, evitar la deslocalización y el avance la desertificación en nuestro país.