Si hace unos meses Freixenet y el grupo alemán Henkell & Co. ocupaban las primeras páginas de los medios de comunicación, especializados y generalistas, por el acuerdo alcanzado de vender a los germanos la mayoría accionarial por 220 millones de euros (sorprendiéndonos posteriormente con las declaraciones del nuevo propietario del 50,75% de la cava en las que señalaba que su modelo de negocio era el de Jaume Serra). En esta ocasión, le ha tocado a Codorníu y al grupo inversor norteamericano Carlyle tener ese extraño honor de notoriedad por el anuncio de que se valoraba la compañía en 390 M€ (300 más los 90 que tiene de deuda) de la que los norteamericanos adquirían un porcentaje de entre el 55 y el 60%. Sin que, de momento, hayamos escuchado cuáles son sus intenciones, más allá de que Carlyle quiere convertir a Codorníu en la cabecera de su grupo europeo de vinos, doblando su facturación, lo que supondría alcanzar los 400 M€.
Ambas operaciones suponen una sacudida importante para el sector del cava español, ya que entre las dos facturan más de la mitad de toda la Denominación. Una indicación de calidad que se ha visto fuertemente criticada por lo que algunos han calificado de “apuesta por el producto barato”, con precios estancados y márgenes muy pequeños, que no permiten abordar las inversiones necesarias para crecer.
Que lleguen fuertes grupos inversores con recursos para abordar estos ataques al mercado es, en sí misma, una buena noticia. Que, por otro lado, no hace sino asimilarlo a lo sucedido en las otras grandes denominaciones del mundo: Champagne o Bordeaux donde, ya hace años, las más prestigiosas bodegas pasaron a manos de grupos financieros multinacionales, con una apreciable presencia de capital chino, todo sea dicho. Además, supone un fuerte espaldarazo al producto y la Denominación ya que ayudará a mejorar su visibilidad en el mercado exterior.
Hasta es posible que nos encontremos con estrategias diferentes entre una y otra, aunque ambas dieron un giro en su política comercial abandonando la marca blanca y apostando por fortalecer los cavas de más valor añadido, como son los de gama premium y ecológico; que el perfil de Carlyle como grupo de capital riesgo la revitalice para posteriormente buscar otros inversores a quien cedérsela. O incluso que pongan sus ojos en otras cavas. Y, puestos a soñar, por qué no también en el vino tranquilo.
Los hechos parecen hacen bastante evidente que el sector necesita de la llegada de grandes empresas de capital, con importantes recursos financieros con los que abordar los mercados internacionales, donde tanto volumen destinamos, pero tan pequeña es nuestra presencia, especialmente en aquellos de segmentos de precio medio-alto. El cava puede ser una primera aproximación de estas empresas al sector vitivinícola español que derive en la adquisición de otras bodegas.
Pero es que, además, por extraño que le pueda parecer a algunos, eso no tiene nada que ver con el apego a la tierra, ni con la defensa de nuestro patrimonio vitivinícola, ni la sostenibilidad. Valores todos ellos que solo tienen duración en el tiempo si van acompañados de otro criterio: rentabilidad.
En esta campaña hemos podido comprobar como aquellas empresas que han seguido apostando por el granel han conseguido mayores subidas en sus valores que los que luchaban por comercializar sus vinos envasados. ¿Y eso porque fueran de mayor o menor calidad? No. Porque unos responden directamente a la ley de la oferta y la demanda del mercado internacional, y otros llevan aparejados otros criterios subjetivos relacionados con el prestigio de la marca (privada o colectiva) que requieren de importantes recursos financieros, de los que nuestras bodegas carecen.
Parece que el modelo a seguir es el de Jaume Serra con su Cabré i Sabaté a € 1,95 en la cadena Mercadona. Hasta la ex ministra de agricultura premió Garcia Carrión!!!