Por más extraño que pueda parecer, y sin mucho más que analizar la situación y compartir públicamente su preocupación por la situación, la Comisión Europea ha calificado, en su último informe “Dashboard” de abril, la actual situación del mercado del vino en la Unión Europea como “complicada”. Fuerte descenso de la producción, elevados precios en los mercados de origen, stocks iniciales de campaña más elevados y una situación de inestabilidad geopolítica en los principales mercados de exportación, junto con el descenso del consumo interno; son las razones que justificarían esta preocupación.
Por otro lado, argumentos todos ellos que ya han sido abordados en diferentes ocasiones en estas mismas páginas y que pasan por alto algún otro de cierta importancia, como pudiera ser la gran resistencia que están encontrando las bodegas en repercutir esos fuertes incrementos de precios en origen en los mercados de destino.
Y sin la intención de quitarle ni un ápice de razón a la Comisión en su apreciación, tampoco parece que nos estemos enfrentando a situaciones insólitas, ya que en campañas anteriores, no muy lejanas, se han dado situaciones muy similares que han acabado siendo asimiladas por un sector que ha demostrado un grado de adaptación al alcance de muy pocos otros.
Mejor haría, en mi opinión, si además de estos informes trabajara un poco más en hacer cumplir los contratos, en apoyar las iniciativas encaminadas a educar a los jóvenes en el consumo de alcohol, y en apostar decididamente por el vino como un elemento cultural propio.
O mostrarse algo más contundente que con la simple presentación en el Parlamento Europeo de una batería de preguntas relacionadas con los “Fake wines” o vinos falsos y que son todos aquellos que, al parecer, están circulando por el mercado único elaborados de una forma artificial, mezclando vinos blancos y tintos, etiquetándolos con información incorrecta; incluso utilizando menciones protegidas o indicaciones de varietales de forma fraudulenta.