Pese a que las bolsas mundiales nos dieron un buen susto la semana pasada con caídas que no se veían desde el 2011, recordando los peores momentos de una etapa económica que mejor no olvidar para que no vuelva a repetirse; todos los indicadores macroeconómicos mundiales parecen señalar que nos encontramos en un periodo de crecimiento, con claras evidencias de una recuperación económica. Hasta nos permitimos presumir en España de que podemos ser, de entre las economías desarrolladas, la que más crezcamos.
Aunque todos hemos experimentado en nuestras propias carnes que esto, con ser importante, no es, para nada, suficiente para asegurarnos una recuperación del consumo. Y mucho menos del de vino, cuyas verdaderas razones de su desplome van sobradamente más allá de aspectos económicos, sociales y culturales. Claro que una recuperación económica, estabilidad en el empleo, mayor alegría en el gasto, impulsado por una renta disponible en aumento, ayuda y resulta imprescindible para recuperar el gasto en ocio. Pero no es suficiente.
El consumo de vino ya pocos aspiran a volver a situarlo en niveles de la alimentación, viendo en el ocio una ubicación más adecuada hacia la que orientar, la gran mayoría de las bodegas, sus estrategias de marketing y comunicación.
Esto, que en sí mismo no es ni bueno ni malo, tiene algunas consecuencias en las cifras de consumo, y una de ellas es su gran sensibilidad a las variaciones en los precios de los productos de más bajo nivel. Ya que solo una situación holgada permitiría asumir incrementos en los precios de consumo que fueran más allá de los aumentos que experimentaran sus ingresos, que para el 15% de la población lo hará con total seguridad y para el 62% muy posiblemente, según el reciente estudio sobre las Perspectivas del Consumidor elaborado por Millward Brown.
Situación que ha influido notablemente en la actitud frente a las marcas que muestran los consumidores, con una clara mayor atracción por las marcas conocidas, una tendencia hacia la búsqueda de marcas nuevas y una tendencia regresiva clara en las preferencias por las marcas de la distribución.
Lo que, a tenor de lo que está sucediendo en las grandes cadenas de distribución de nuestro país, resulta bastante evidente. Ya que frente a duras negociaciones con las bodegas en el establecimiento de precios y condiciones de distribución en sus establecimientos, parecen haber optado por una política más liberal en el más sentido estricto del término. Abrir sus lineales a más bodegas y referencias para que ellas mismas se hagan la competencia a la baja en los precios de sus productos, condicionados por su tasa de rotación del vino, rentabilidad del metro lineal, o cantidades mínimas de venta.
Así es como están consiguiendo que en una campaña que se presumía como una excelente oportunidad para aumentar el valor de nuestros vinos, con ligeros incrementos en los precios finales a pagar por los consumidores (que suplieran una pequeña parte del fuerte incremento que habían experimentado en origen); haya visto truncadas las expectativas. Hasta tal punto que no solo está resultando imposible repercutir de facto unos pocos céntimos en los precios, sino que en muchos casos se está convirtiendo en una verdadera amenaza de cara a mantener los acuerdos con la cadena.
Y aunque la mayoría de ustedes saben que cuando hablamos de productos no solo nos estamos refiriendo a vinos, mostos, vermuts, vinagres… son algunos de estos otros productos los que están viéndose afectados por esta situación. Convendría que prestaran atención a la nota pública en páginas interiores por la Asociación Española del Vinagre (AEVIN) en la que reclama la necesidad de vigilancia por parte de las autoridades competentes para evitar que se produzcan ventas a pérdidas en las cadenas de distribución.