Dejando a un lado cuestiones de índole estadístico que, a pesar de resultar importantes, carecen de relevancia a la hora de conocer cuál es la producción que España ha elaborado de vinos y mostos en esta campaña. Conocidos los datos del Infovi correspondientes al mes de noviembre, esta se sitúa en treinta y cinco millones seiscientos mil hectolitros, procedentes de 4,72 millones de toneladas de uva de vinificación.
Esta producción de vino se concreta en 32,82 Mhl de vino y 2,76 de mosto; y por colores 16,89 (51,5%) lo han sido de tinto/rosado y 15,93 Mhl (48,5%) de blanco. Mientras que los mostos sin concentrar se distribuyen mayoritariamente en blanco con el 81,4% (2,24 Mhl) y apenas un 18,9% en tinto/rosado (0,513 Mhl). Cantidad a la que habría que añadir los 30.246 hectolitros de mosto concentrado, 9.745 de concentrado rectificado y 6.714 del parcialmente fermentado.
Unos datos que vendrían a coincidir exactamente con la previsión publicada por SeVi en su informe de Vendimias recogido en la edición 3.505/1738 del 28 de octubre y que representa un 19,37% de merma con respecto a la anterior.
Volumen que por otro lado tampoco parece haberse reducido lo suficiente como para concienciar a una distribución que se muestra muy fuerte en posición de no repercutir en sus clientes subidas, en términos generales y para el grueso de sus vinos, superiores al cinco o siete por ciento. Cifra muy alejada de los incrementos cercanos al cincuenta por ciento que han experimentado las cotizaciones de estos vinos en origen.
Las explicaciones que dan estas grandes cadenas para argumentar su posición: la gran rigidez de la oferta ante incrementos en precios. O dicho de una forma mucho más coloquial: que sus clientes ante subidas más importantes dejan de comprar vino. Como, además, el vino es un producto reclamo para todas ellas, reconocer la realidad de un sector que ha visto reducida su producción una quinta parte e incrementado sus precios un cincuenta, sería para sus interesantes de cadena un suicidio a corto plazo que, mientras tengan alternativas con los que hacerle frente, no están dispuestas a asumir.
La teoría, al menos la que se manejaba al inicio de la campaña, era que ante la generalización del descenso en toda España, salvedad echa de Canarias, Andalucía y Galicia, los distribuidores no iban a tener muchas alternativas a la asunción de un incremento en los precios. Cosechas cortas en el resto de países europeos, casi del diecinueve por ciento con Francia y por encima del veinticinco en Italia, tampoco dejaban muchas puertas abiertas a este incremento en destino.
Aunque parece que sí la han tenido: un poco tirando de los contratos plurianuales que tenían firmados, otro poco apretando a los bodegas bajo la advertencia de que se jugaban su mantenimiento como interproveedores y un nada despreciable sentimiento de que es preferible reducir oferta a mantenerla a costa de subir los precios. Las bodegas se las están viendo y deseando a la hora de repercutir estas subidas.
Lo que podría estar hasta bien si hablásemos de un sector con un amplio margen de beneficio, o unos precios cercanos a con los que compiten los vinos de la misma calidad procedentes de países de nuestro entorno.
Pero es que ni una cosa, ni la otra. Ni tenemos unos precios que se aproximen a los de los vinos franceses o italianos, ni los costes de elaboración son asumibles si no es en grandes volúmenes, solo al alcance de unas pocas bodegas.
Una delicada situación que va mucho más allá de una mala cosecha o unos resultados negativos en las cuentas de un buen número de bodegas y que pone en evidencia las importantes resistencias existentes para acercar el precio de nuestros vinos a su valor y poder construir así una verdadera cadena de valor.