Todavía no hemos acabado el mes de septiembre y lo que en años anteriores suponía la puesta en marcha de las tareas de vendimia en la mayoría de las bodegas españolas, en esta campaña van cerrando sus puertas y comenzando a cuantificar la pérdida de cosecha que han tenido que asumir.
Porque si algo caracterizará a esta cosecha será su importante caída con respecto a la anterior, pero especialmente con respecto a su potencial de producción.
Dejando a un lago cuestiones siempre confusas, que no hacen sino poner un grado más de dificultad en la ya de por sí difícil tarea de vaticinar una cosecha, en este sector resulta muy frecuente encontrarse con estimaciones que son calculadas sobre la cosecha media, la normal o la del año anterior. Todas ellos complicadas de cuantificar y que en muchas ocasiones son malentendidas en sus publicaciones.
Como si esto no fuera ya suficiente, para complicar un poco más el asunto tenemos el tema de los rendimientos. Variables y caprichosos que pueden llegar a suponer oscilaciones en una misma viña de hasta un diez por ciento de mosto con los mismo kilos de uva. Por no hablar de separaciones entre variedades blancas o tintas o entre secanos y regadíos. Vamos todo un sinfín de matices que hacen muy complicado trabajar con estimaciones fiables.
Y eso por no hablar de los dos o tres millones de hectolitros que en los datos definitivos acaban apareciendo, especialmente en las cosechas cortas como ésta.
Con todo ello, o a pesar de todo ello, nosotros seguimos confeccionando nuestra propia estimación y manteniendo una previsión entre treinta y cinco y treinta y seis millones de hectolitros. Volumen que muy posiblemente quede hasta dos millones por encima de las cifras con las que se darán por concluidas las labores de vendimia, pero que con el cuenteo más exacto de las producciones acabarán figurando como cifra oficial de la cosecha 2017.