Cualquiera al que se le pregunte sobre el mayor problema al que se enfrenta el sector del Vino español dirá que es su bajo consumo. Ya después, como coletilla, cada uno podrá aportar su granito de arena al intentar explicar las razones por las que se ha llegado a esta situación y las diferentes maneras de salir de ella.
Tema que comprenderán que no es sencillo. Si lo fuera, no habría ninguna razón para las importantes cantidades de dinero que desde diferentes organizaciones se pagan a consultoras por analizar este problema. Y cuyos resultados están todavía por traducirse en una recuperación o, cuando menos, una sensación de que se está llegando al consumidor con un mensaje y lenguaje (también existe un lenguaje no verbal) diferente al que tradicionalmente se ha utilizado.
No esperen, por lo tanto, encontrar en estas palabras una solución rápida y sencilla al problema. Y confórmense con reflexionar sobre algunas cuestiones muy concretas de las que cada uno deberá sacar sus propias conclusiones. En lo que a la resolución de la parte colectiva del problema respecta no debiera haber muchas diferencias, dicho sea de paso; pero en lo referente a lo que cada uno de nosotros debiera hacer las conclusiones tendrán bien poco que ver unas con otras.
Y es aquí donde podríamos encontrar la primera de las cuestiones a plantear. ¿Es un problema que debemos solucionar desde el propio sector o esperar a que la Unión Europea o el Mapama, lo haga? En este caso, la respuesta parece bastante y es que, ¡al fin!, el sector ha tomado conciencia de que sus problemas los debe resolver él y no esperar que otros los solucionen en su lugar. Y aunque también se ha convencido de que se trata de una cuestión interdisciplinar, donde cuestiones del ámbito social, económico o demográfico (por citar tan solo algunas) son parte directa del problema, sigue simplificando mucho el asunto y atajándolo con una visión parcial muy pobre de cuáles han sido las razones que nos han traído hasta esta situación y las posibles soluciones.
Cuando se analiza el problema desde una visión de la edad del consumidor, se llega rápidamente a la conclusión de que tenemos toda una generación, los millennials, perdida. Pero difícilmente se va más allá en las conclusiones y se pronostica si se trata de un grupo de gente (el 15,66% de la población española, cosa que tampoco se concreta normalmente) que debemos dar por perdida irremediablemente; o lo que ha sucedido es que su incorporación al mundo del vino se produce más tarde de lo que lo hicieron generaciones pasadas y de manera diferente. ¿Y con la Generación Z (15 a 20 años) qué está pasando?
Otro de los argumentos más frecuentemente empleado para explicar lo que ha sucedido con el consumo en nuestro país es el vocabulario empleado y la constante referencia a términos y conceptos que la mayoría de los consumidores no conocen. Lo que ha generado rechazo y antipatía hacia lo que debiera ser motivo de placer. Porque el vino se consume por placer, ¿no? ¿O qué es lo que espera recibir un consumidor cuando se debe una copa de vino? Volviendo a la cuestión anterior del vocabulario, ¿qué es lo que están haciendo los cerveceros, esos grandes “enemigos” (yo no estoy de acuerdo con esta catalogación)? ¿Enriquecer el mundo de la cerveza con nuevas variedades, tipologías y vocabulario, o ningunear al consumidor?
Y para acabar con mis reflexiones, quisiera referirme al maltraído precio. Magnitud como ninguna empleada para explicar una cosa y la contraria. Vendemos barato, tanto que no somos capaces de pagar la uva a un precio digno; pero tenemos un grave problema cuando hablamos de lo que deben pagar los consumidores por disfrutar de una copa de vino.
Como verán, muchas cuestiones para un pequeño trozo de papel escrito por alguien mucho menos cualificado que esas grandes consultoras.
El bajo consumo es debido a que gran parte de los vinicultores no hace caso a lo que desde hace años vienen diciendo todos los expertos. Los consumidores prefieren vinos originales y no vinos afrancesados como son gran parte de los que se siguen encontrando en los supermercados y restaurantes. El que tanto los originales como los afrancesados utilicen las mismas Denominaciones de Origen es evidente que crea confusión y rechazo.