Palos en las ruedas

Hay determinados momentos en los que me gustaría estar equivocado y que la información de la que dispongo y que la percepción que de un asunto me proporciona mi conocimiento del sector vitivinícola español acabaran por resultar fallidas. Especialmente cuando se trata de un asunto tan importante, y en el que tanto nos jugamos todos, como es el de la puesta en marcha de organizaciones horizontales que nos ayuden a ir todos juntos en la senda de la valorización de nuestro sector.

La experiencia nos indica (y ejemplos tenemos ya demasiados como para tener que dedicar ni minuto de nuestro tiempo en recordarlos) que el sector ha permanecido como una piña y luchado eficazmente siempre y cuando ha tenido que enfrentarse a un problema serio y de graves consecuencias, alcanzado logros históricos. Cosa bien distinta es cuando se trata de tejer el día a día, donde los intereses particulares se imponen a una conciencia de colectividad escasa o irrelevante.

Y aunque estamos cansados de escuchar, y leer en estas páginas, que los tiempos han cambiado, que lo que en otros momentos nos podíamos permitir de ir desunidos y haciendo la guerra (conquista de mercados) cada uno por nuestra parte, hoy es totalmente imposible. Nos sirve de más bien poco, o nada. La más mínima chispa es capaz de incendiar el pajar donde reposan los intereses de una colectividad poco dispuesta a hacer nada por apagar el fuego.

Es verdad que las cosas no siempre se hacen como se debiera y que cuando se reclama el pago de una nueva contribución es necesario haberlo explicado muy bien, hasta haber aclarado la más pequeña de las cuestiones, antes de obligar al pago.

Hasta es cierto que la mujer del César no solo ha de ser honesta, sino también parecerlo, y que determinados detalles pueden llegar a suponer un grave problema cuando la única razón que ha llevado a trabajar de esa manera es la de poner a disposición del sector unos medios físicos de los que carece.

Pero es labor de “todos” la de posponer los intereses individuales frente a los colectivos y la de sus dirigentes llamar a la calma y sofocar las revueltas a las que siempre habrán quienes se quieran sumar.

A los políticos se les otorgan cien días para comenzar a juzgar su labor, y cuentan con un poder y medios que están a años luz del de las organizaciones sectoriales.

Démosles la oportunidad de trabajar. De tomar decisiones y de que acierten y se equivoquen. Y cuando lo hayan hecho, alabemos los éxitos y enmendemos los errores. Pero dejémosles trabajar.

Si queremos tener alguna posibilidad de llegar a tener un sector fuerte, profesionalizado, dinámico y económicamente sostenible, es necesario que abordemos los problemas del consumo interno y nuestro papel en la exportación de manera colectiva, con fuerza y en una dirección. Luego serán necesarias las acciones individuales o de grupos más concretos, pero primero es necesario haber limpiado el terreno.

Eso que todo el mundo entiende, no todos están por la labor de dejar hacerlo. Y dado que no disfrutamos de ninguna figura que sea capaz de imponer los intereses de la colectividad, por el coste que ello supondría pagar, tendrá que ser desde el propio sector desde donde nazca y se propicie esa concienciación.

Ahí fuera, en el mercado, hay sitio para todos. Grandes y pequeños, bodegas privadas y cooperativas. Elaboradores de mosto o vinagre y destiladores. Viticultores y terratenientes. Démonos la oportunidad de demostrar de lo que somos capaces con la gran calidad de nuestros productos y el buen hacer de nuestros profesionales. No le hagamos el trabajo tan fácil a nuestros competidores, que se frotan las manos cada vez que contemplan la desunión que nos caracteriza.

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