No hace muchos días tenía la oportunidad de escuchar a grandes expertos en marketing del vino afirmar de forma unánime que es fundamental para llegar a los consumidores tener una historia que contar (el manido storytelling). Y aunque nuestro sector tendría suficiente como para escribir toda una enciclopedia, su capacidad para narrar esas historias y trasladarlas efectivamente no ha sido una característica que, hasta ahora, le haya definido.
Comunicamos poco y mal. De siempre, y lo sabemos.
Pero esto, que antes era algo que cada uno podía permitirse el lujo de valorar, dándole la importancia y dedicándole los recursos que considerara; hoy en día ha de ser protagonista. La calidad de los vinos, fundamental y por la que todas las bodegas realizaron grandes esfuerzos, es una etapa ya ampliamente superada por una nueva era en la que la comunicación le ha arrebatado el protagonismo.
Salir a vender es el primer objetivo que cualquiera de nosotros pensaríamos que debería tener la más pequeña de nuestras bodegas. Pero, ¿pensaríamos lo mismo de las asociaciones en las que se integran esas bodegas? ¿Acaso no son ellas una consecuencia de la unión de un grupo de empresas con unos objetivos comunes? ¿Lo hacen?
Resulta habitual oír hablar de este o aquel Consejo Regulador para cuestionar el papel de promoción y comunicación que está desarrollando. Cuestionar el gran esfuerzo que realiza por perseguir a sus viticultores y bodegueros en el cumplimiento de las obligaciones propias de la Indicación Geográfica Protegida, y los escasos recursos que dedica a generar marca colectiva. Cuestionamiento que, como es natural, no siempre es
Las organizaciones empresariales y profesionales se han enfrentado, especialmente en estos últimos años en los que sus ingresos han mermado mucho como consecuencia del planteamiento que muchos de sus asociados han realizado sobre la conveniencia o no de su integración, a tener que realizar un sobreesfuerzo por comunicar los servicios y la labor que desempeñaban a fin de frenar la pérdida de asociados y, por extensión, de representatividad y fuerza.
¿Y las Administraciones?
Porque, efectivamente hay una diferencia enorme entre que mi contribución sea voluntaria (aportación) u obligatoria (impuesto). Pero salvo “ese pequeño detalle”, el sentimiento de derecho a exigir que se haga un uso adecuado de nuestras contribuciones es el mismo.
Y aunque intención y realidad sabemos que no siempre es posible hacerlas coincidir, que todo lleva su tiempo… Ello, ni exime de su obligación al organismo gestor de esos fondos, ni resta de un ápice de razón a quienes comienzan a estar cansados de sentirse contribuyentes netos.