Alegrarnos de que la “anunciada” subida de los Impuestos Especiales al vino se haya visto limitada a los productos intermedios (productos con un grado alcohólico volumétrico adquirido superior a 1,2% vol., e inferior o igual a 22% vol.), manteniendo al resto de productos vitivinícolas con un impuesto cero, es algo que no deberíamos hacer por varias razones. La primera bien podría ser porque se trata de vinos que comprenden prácticamente todos los generosos (excepto los elaborados en algunas indicaciones de origen) afectando muy especialmente a los de Jerez, vinos de licor, moscateles o vinos aromatizados. Los cuales no están atravesando uno de sus mejores momentos de consumo.
La segunda, porque el patrimonio vitivinícola español se encuentra altamente ligado a estos vinos, con escaso consumo (es verdad) pero excelente reputación. Y no parece muy normal que si estamos aludiendo (desde el sector) a que debemos mejorar sustancialmente la cultura vitivinícola de los consumidores (especialmente españoles) vayamos contra una de las piedras sobre la que se sustenta.
Y aunque esto no tenga mucho con ver con cargas impositivas y cultura, permítanme que les haga una pequeña observación. Cojan un palmarés de los concursos más prestigiados del mundo, el que quieran, y analicen quiénes ocupan los primeros puestos. Verán como son siempre los vinos generosos los que se alzan con los premios especiales. Son joyas, verdaderos baluartes de la enología y la tradición vitivinícola española. Deseo de los más refinados paladares que han dominado (pacíficamente, con la adquisición de sus bodegas) su producción y comercialización.
Aunque para nuestra Hacienda no hayan sido más que objeto de deseo impositivo con los que llenar sus arcas. Se estima, por el propio Ministerio, que el incremento del 5% del gravamen impositivo sobre los productos intermedios será de cincuenta millones de euros, cantidad ridículamente pequeña en el ajuste de ocho mil millones de euros que Bruselas exige al gobierno de España.
Y la tercera razón y última, en mi opinión la peor de todas: porque pone en evidencia que cuando los gobiernos quieren tomar medidas que no sean muy impopulares, el vino siempre es considerado como una bebida alcohólica y, en consecuencia, motivo de análisis. Hasta ahora nos hemos librado, excepto los productos intermedios, pero esto puede cambiar algún día y para ello tan solo será necesaria una orden ministerial que modifique el tipo impositivo.