La ley de la selva no es buena para nadie

Sabemos, o eso al menos creemos, que la cosecha de 2016 va a estar por encima de la del pasado año. También pensamos que la operatividad de esta campaña no va a tener grandes sobresaltos, como sí que hubiese ocurrido si no se hubieran dado las circunstancias sobre las que se desarrollaron las vendimias, y más que estas, la evolución de los precios de las uvas.

Incluso son muchos los que, con más o menos ímpetu, reclaman soluciones de cara a próximos años, en los que se producirán volúmenes todavía mayores que los de estas últimas campañas y sobre los que no existe una gran seguridad de saber cómo gestionarlos para que los precios no se derrumben.

Las previsiones de algunos estudios señalan que el futuro del vino español en el corto y medio plazo es muy bueno. Que somos uno de los principales países considerados por los mercados y que nuestras posibilidades de desarrollo siguen siendo notables.

¿Hasta dónde? Eso es mucho más complicado de determinar pero, de momento, quedémonos con esto, que ya es importante.

Todos coinciden en opinar que nuestro futuro inmediato pasa por aumentar el valor de nuestras exportaciones, o por ir un poco más ordenadamente. Todos sabemos que nuestro porvenir pasa necesariamente por el mercado exterior. Que la recuperación del mercado interior es una utopía, al menos a corto plazo y en volúmenes suficientes para colocar las producciones que manejaremos. Aun así, no todo está tan claro.

Aumentar el valor de nuestras ventas exteriores pasa por cambiar el mix del producto. Mantener vinos sin indicación de origen, ni varietal, ni marca,… que mayoritariamente sirven para que sean otros los que obtienen algún beneficio, no tiene futuro. El mercado por precio poco a poco se irá perdiendo, al igual que antes lo perdieron los franceses o, mucho más recientemente, los italianos. Si jugamos a ser los más baratos siempre habrá otro que pueda levantarnos el cliente. Y además tenemos un problema, pues eso requerirá una reestructuración y reconversión de nuestros viñedos mucho más profunda de las más de trescientas mil hectáreas ya afectadas. Eso requerirá también unos recursos hídricos de los que no disponemos y una sobreexplotación de la tierra que no es posible sin la utilización descontrolada de fertilizantes que dañen seriamente nuestra sostenibilidad.

Subir los precios de los vinos es necesario, por nuestro futuro. Pero subir el valor de la producción agrícola es imprescindible si queremos mantener nuestro viñedo.

En mi opinión, no es posible hacer una cosa sin la otra. Y aunque creo que somos muchos los que pensamos así, tengo mis serias dudas de que seamos capaces de ir de la mano, más allá de manifestaciones o medidas de presión atendiendo a la coyuntura de cada momento.

Reordenar la producción, planificar, definir parámetros de calidad mínimos exigibles para la elaboración de cada producto. Más que una alternativa a un libre comercio voraz en el que gane el que más pueda, es una exigencia de los que tienen alguna posibilidad de concentrar y representar a los diferentes colectivos. La ley de la selva no es buena para nadie y cuanto antes lo entendamos, asumamos y superemos, será mejor para todos.

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