Si bien no faltan quienes ven en la Orden 1241/2016 publicada en el BOE del sábado 23 de julio por la que se extiende el acuerdo de la OIVE (Interprofesional del Vino) al conjunto del sector para las campañas 2016/17 a 2018/19, y por la que habrá que pagar una cuota de comercialización de 0,23 € por hectolitro si es envasado o de 0,065 €/hl si lo es a granel; un nuevo “impuesto al vino”; esto es “algo más” que una contribución obligatoria.
Es la confirmación de que el sector ha asumido que las soluciones a sus problemas de falta de transparencia, precios bajos, pérdida de consumo o escasa valorización, deben ser propiciadas por él mismo, lejos de ayudas o subvenciones. Y como para llevar a cabo cualquier medida es necesario el vil metal del dinero, el sector debe encontrar la forma de recaudarlo.
Seguro que habrá quienes encuentren otra manera de hacerlo, pero esta es una y, mientras no se demuestre lo contrario, la mejor posible para el conjunto del sector vitivinícola español representado en su Organización Interprofesional (OIVE).
Ahora habrá que exigirle un uso y control adecuado de esos fondos, pero al menos permítannos que mientras se pone en marcha su estructura, se pone a trabajar la persona elegida para ser su director, se comienza a recaudar con la colaboración de la AICA y se fijan los proyectos en los que se emplearán los fondos recaudados y auditado su pago… le demos un voto de confianza y afirmemos, a pies juntillas, que un gran paso en la mayoría de edad del sector vitivinícola español.
Para crecer en el consumo interno, mejorar la imagen de nuestro vino y hacer rentable el cultivo de la viña con estructuras económicas en las bodegas consolidadas, es necesario que sea el propio sector el que se involucre en su solución, imprescindible que exista una corresponsabilidad entre sus actores y una coordinación en sus actuaciones que hagan eficientes sus esfuerzos.
Tenemos un extraordinario potencial que debemos aprovechar para situarnos como el primer país productor y exportador, pero también debemos alcanzar puestos de privilegio en imagen y precios. Solo de esta manera será posible recuperar el consumo de vino.
Todos los expertos coinciden en señalar que el Vino dejó hace mucho años de ser un producto alimenticio, que sus cualidades emocionales superan en mucho las analíticas e incluso las organolépticas y que, por consiguiente, el mensaje que transmite su imagen juega un papel fundamental.
Los jóvenes y nuevos consumidores buscan en el consumo de vino placer, recuerdos, emociones y, todavía de forma tímida, pero con paso firme, va convirtiéndose en una bebida de moda. Es chic tener una copa de vino en la mano, disfrutar de una terraza en verano con una botella de vino,… generando atracción y adicción su cultura.
El problema es que, hasta hora, los intentos que desde el sector se han hecho por atraer a los nuevos consumidores han ido pasados de frenada. Se han intentado destacar sus valores organolépticos hasta tal punto que el efecto conseguido ha sido, precisamente, el contrario al buscado: rechazo y pánico en el consumidor. Hemos conseguido entre todos, especialmente los medios de comunicación, hacerle sentir al consumidor como un ignorante ante una copa de vino. Olvidándonos de que esta bebida requiere un aprendizaje previo a los conceptos de descripción sensorial de los que nos hemos valido.
La llegada de una nueva generación nos da la oportunidad de revisar nuestras actuaciones, nuestro lenguaje, el de nuestros vinos con sus características organolépticas, pero también de imagen. Para aprovechar esta oportunidad hay que conocer al consumidor, hay que investigar, hay que diseñar campañas de comunicación. Y hay que pagarlas.