Ni yo soy Raphael Minder, ni La Semana Vitivinícola el ‘The New York Times’. Pero, una vez hecha esa aclaración, convendría poner en valor algunas de las cosas que ese prestigioso diario neoyorkino sostiene de la industria del vino española en el reportaje que publicó el pasado 28 de mayo.
No se asusten que no voy a empezar a criticar al mensajero, acusándolo de poco informado o con una visión parcial y muy poco profesional del sector vitivinícola español. Eso sería lo más probable que hubiese sucedido si el bueno de Minder hubiese atrevido a hacer estas declaraciones en una conferencia o cualquier acto público. Una buen parte de los asistentes, de toda pluma y pelaje, hubieran llegado a la conclusión de que este “americano” (es suizo, en realidad) no tiene ni idea de nuestro sector y mejor debiera haber dedicado su espacio en el prestigioso diario a ensalzar las virtudes de nuestros vinos; “sus lectores se lo habrían agradecido”.
¿Autocrítica? ¿Qué es eso? Una visión parcial y condicionada de la realidad de un sector que no ha sabido comprender.
Es verdad que yo no estoy muy de acuerdo con lo que dice sobre que España, y sobre todo Castilla-La Mancha, hayan apostado por la producción de grandes cantidades en detrimento de la calidad. Pues, aunque en términos estadísticos la primera cuestión numérica es incuestionable, habría que recomendarle que estudiara las razones que han llevado a este incremento, los datos de rendimientos, rentabilidad de las explotaciones o la reestructuración y reconversión a la que se ha visto sujeto nuestro viñedo,… para que entendiese mejor lo que ha sucedido y su razón de ser.
En cuanto al tema subjetivo de la calidad, para opiniones cada uno tiene la suya, pero un simple vistazo a las críticas de sus colegas de los vinos españoles (también los castellano-manchegos) quizás le pudiera hacer cambiar de opinión.
No le falta razón al hacerse eco de las evidencias que nosotros, el propio sector reconoce, sobre que nos hemos convertido en la bodega mundial y que nuestros competidores utilizan nuestros vinos para llegar a los mercados que nosotros con nuestra marca no conseguimos. Como tampoco en el reconocimiento de otras zonas o denominaciones de origen al apostar por la creación de marca en el mercado mundial.
Muy posiblemente estemos ante un caso más de no saber muy bien que es primero si el huevo o la gallina. Y el Sr. Minder y yo estemos de acuerdo en que el sector vitivinícola español está inmerso en una revolución que cuestiona el modelo actual. En que hay que dotarle de mayor valor añadido a nuestros vinos, en que hay que apostar por la calidad antes que por la cantidad, o que mejorar la imagen de nuestros vinos se hace imprescindible. Pero de ahí, a que las bodegas deberían ser “viñedos románticos con barriles y cuevas” y criticar las tuberías o grandes depósitos de alguna de nuestras cooperativas solo merece una recomendación: que viaje más, que vaya a Australia, por ejemplo, y se atreva luego a juzgar la calidad de sus vinos por el número de tuberías o depósitos en medio de un patio.
El que las DO españolas no garanticen una identidad les da poco prestigio