Son tiempos de buenos deseos, en los que afrontamos el futuro cargados de optimismo y con inmensas ilusiones sobre proyectos que deberán aportarnos grandes satisfacciones. Días en los que, como por arte de magia, pasamos página ante los problemas que nos han venido agobiando en los últimos meses, planteándonos el porvenir con un optimismo, que solo el paso de las semanas nos devolverá a la cruda realidad de unos datos que evidencian la lenta evolución de un sector que parece tener más voluntad que hechos en sus aspiraciones.
Los datos referentes al consumo interno, exportaciones, financiación de nuevos proyectos de inversiones, existencias, balance,… que vamos conociendo son esperanzadores e indican que vamos en la buena dirección. Las herramientas con las que aspira a contar el sector para abordar su futuro de manera colectiva y alcanzar sinergias (hasta la fecha inexistentes), se mantienen intactas, aunque su evolución esté siendo mucho más lenta de la que sería deseable.
Y lo que todavía es más importante: viticultores y bodegas toman conciencia de su condición empresarial y asumen un panorama para los próximos años de importantes cambios en todo lo referido a ayudas y subvenciones. El mercado va imponiéndose y sus leyes, aplastando voluntades políticas que no viven sus mejores momentos.
Conocemos lo que queremos ser de mayores. Sabemos que las aspiraciones colectivas no siempre tienen por qué coincidir con las individuales y hemos determinado nítidamente esas líneas rojas que no pueden traspasarse y en las que todos coinciden. Tenemos potencial y contamos con medios para ir tomando decisiones que nos dirijan por el camino adecuado.
¿Será el 2016? Es posible. Cuando menos deseable.
Lo que sí parece bastante claro es que la transformación de nuestro sector hacia la adaptación a los nuevos mercados, consumidores y hábitos de consumo es un camino sin retorno, y solo la voluntad de recorrerlo de manera individual o colectiva será la que marque la diferencia en lo que tardemos en transitarlo.
Feliz 2016.