Ante lo que en un primer momento se presentaba como una gran vendimia en cantidad y de una calidad excelente, los fuertes calores del verano han acabado dejando su huella.
En términos generales, y sin entrar en muchos detalles, podríamos decir que la calidad del fruto, marcada por una perfecta sanidad, ha resultado excelente. Cosa bien distinta es si nos atenemos al tamaño del fruto, que ha resultado bastante más pequeño y suelto de lo que sería normal, lo que ha provocado algún que otro contratiempo en cuanto a la deshidratación del fruto; o incluso, una excesiva relación pulpa/hollejo que ha llevado a un exceso de concentración. Y, aunque en algunos lugares, el color en los tintos no está siendo el esperado, tampoco esta circunstancia puede empañar la prácticamente total ausencia de focos de botrytis o cualquier otra enfermedad.
Otra cosa es lo que vaya a suceder con los viticultores que, para su lástima, han visto como las previsiones de cosecha que manejaban se iban viendo truncadas y los kilos entregados en bodega disminuidos, y con ellos sus ingresos. Lo que, muy posiblemente, acabará llevándonos en los próximos meses a un nuevo episodio de enfrentamiento entre viticultores y bodegueros por el reparto del valor de sus producciones. Pues de nada suceder, es de prever que, con los actuales precios y lo que pueda acontecer en los próximos meses, lo cobrado por los viticultores vuelva a estar lejos de los precios a los que se vendan los vinos.
Mercado de mostos y vinos cuyas cotizaciones se mantienen estables en blancos y aumentan ligeramente en tintos, especialmente los de color. ¿Cuarenta o cuarenta y un millones de hectolitros harán subir las cotizaciones? Pues ya nos gustaría saberlo. Pero salvo sorpresa de última hora, esa debe ser la horquilla por la que oscile la cosecha española de este año.
Si el clima de España ya no era apropiado para las variedades francesas, el de este año lo ha sido mucho menos, por lo que no me sorprendería que los chardonnays, cabernets, etc. resulten muy deficientes.