Independientemente de que consideremos el vino como un alimento o no, y de las batallas a las que debamos enfrentarnos con aquellos colectivos que lo consideran un producto “tóxico” por su contenido alcohólico y solo vean en él un importante nicho de recaudación. Lo cierto es que el vino es un producto que forma parte de nuestra Dieta Mediterránea, que como tal es parte de nuestra alimentación y hábitos de consumo y que, desde hace ya algún, es utilizado por todos los operadores de alimentación como un producto reclamo. Una forma de atraer al consumidor hasta su establecimiento para, una vez allí, venderle otros muchos productos de alimentación o limpieza.
El último gran ejemplo de este “atractivo” del vino ha sido la puesta en marcha por Amazon.es de su tienda de alimentación online, donde podemos encontrar alimentos no perecederos y productos de limpieza, así como (a día de hoy) 114 vinos tintos, 51 blancos y 24 rosados. Iniciativa que junto con su “Marketplace” (plataforma para puesta a disposición de los productores para la venta directa de sus productos sin tener que convertirse en proveedores de Amazon) modificará el modelo de la distribución española, afectando notablemente a su modelo de negocio y las relaciones con las bodegas.
Sabemos, y eso no es un secreto para nadie, que el modelo de la distribución en España ha sufrido profundos cambios en los últimos años. Unos llevados por las condiciones de la evolución natural del mercado; y otros acentuados o acelerados por las circunstancias económicas de los últimos años. El caso es que hoy, ni los objetivos de las bodegas son los mismos, ni el cliente al que quieren llegar lo encuentran en los mismos sitios, ni los medios y el mensaje con el que pretenden llegar hasta él puede ser el mismo de hace años. Adaptarse a todos estos cambios ha sido una ardua tarea, no siempre bien entendida por muchas bodegas. Pero no solo por ellas, también por una distribución que ha debido afrontar estos cambios en un escenario de graves dificultades económicas, peligrosa inestabilidad financiera y un elevado índice de morosidad.
La fidelidad se ha convertido en uno de los bienes más escasos y, por ende, codiciados por todos. El consumidor quiere probar vinos nuevos que le sorprendan. Las bodegas, encontrar la forma más directa de llegar hasta el consumidor. El restaurador, el modo de combinar cocina y vinoteca en un justo equilibrio que lo haga interesante y no desproporcionado en el precio. La distribución, optimizar costes, concentrando pedidos que respeten las exigencias de sus compradores, pero sin incurrir en costes logísticos desorbitados y porfolios inmanejables. Y todo ello dominado por un consumidor más exigente, caprichoso, infiel, consciente de su posición dominante y poco dispuesto a renunciar o pagar un sobreprecio por ello.
Sin entrar en disquisiciones sobre si la competencia es buena o no para la economía y eficiencia de las empresas (cuestiones que me quedan muy lejos). Lo que es evidente es que la llegada de las grandes empresas de comercio online al mundo del vino (aunque ya hubieran hecho sus pinitos) es una excelente noticia para los vinos españoles, de mucho menor precio que sus competidores y una gran calidad.
Intuimos, porque datos concretos no hay, que el comercio online en este sector ha crecido exponencialmente en los últimos años, y que lo va a seguir haciendo. Tenemos bodegas en nuestro país que disfrutan de una dilatada experiencia, con resultados muy buenos, quizá no al ritmo que les hubiese gustado o planteaban en sus planes de negocio, pero, sin duda, con una gran proyección.
Una excelente oportunidad para recorrer ese largo y tortuoso camino de la valoración de un producto de gran calidad, pero escasamente reconocido.