Una de las preguntas que con mayor insistencia y profundidad se hacen los bodegueros es: ¿cómo llegar al consumidor?, ¿cómo llamar su atención, conseguir que pruebe su vino y, lo que todavía es mucho más difícil, que repitan? Lo que por otra parte, tampoco difiere mucho del interrogante de cualquier negocio o actividad empresarial, aunque en el caso del vino este venga precedido por una serie de condicionantes sociales que exceden, en mucho, sus propias características.
Si partimos de la base que, al igual que sucede con la comunicación, cada colectivo de consumidores son un mundo, con características que pueden llegar a hacer que lo apropiado para unos resulte perjudicial para otros. O que los recursos con los que cuentan nuestras bodegas son tan limitados que la imaginación es casi la única forma en la que tienen la posibilidad de encontrar la clave con la que suplir esas carencias. Parece bastante sensato pensar que lo más inteligente es estudiar y definir el consumidor al que me dirijo, averiguar cuáles son las cualidades de nuestros vinos que él más valora y resaltarlas.
Por ejemplo, Gerald Lawson, experto británico en vinos, asegura que sus compatriotas preferían los vinos elaborados con “uvas nativas”. Retomando así una vieja polémica sobre la necesidad de que España (al igual que lo han conseguido Estados Unidos con su Zinfandel; Sudáfrica con su Pinotage; Argentina con la Malbec; Chile con la Carménère o Nueva Zelanda con la Sauvignon Blanc; países todos ellos pertenecientes al bloque que hemos venido en llamar como “nuevos países productores” y en los que el modelo de denominaciones de origen apenas existe o tiene peso) se identifique con una o dos variedades autóctonas.
Claro que frente al debate de las variedades, los países tradicionales, fuertes en ese modelo de producción asociada a un terreno y unas características que identifica a los vinos por sus características que le son comunes en las indicaciones geográficas más o menos limitadas; se discute en el continuo dilema.
¿Pero quién me obliga a tener que decantarme por un modelo u otro? Por qué no apostar por los dos, según el mercado al que me dirija en función de si tengo o no capacidad para abarcar ambos. Por qué vinos solo de alta gama, cuando puedo producir vinos también de gran volumen y precio muy competitivo. Por qué vinos corpulentos, muy estructurados y difíciles de entender si tengo medios para hacer vinos ligeros y frescos.
El Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), organismo en el que parece que las administraciones públicas han trasladado todas aquellas responsabilidades que ellas como amalgama de los sectores productivos deberían desempeñar, acaba de hacer público el anuncio de la convocatoria para la realización de un estudio “Situación y estrategia del sector del vino español – Horizonte 2025”. Debería abordar este y otros muchos retos. Muy posiblemente sus conclusiones no difieran mucho de lo que imaginamos y concluyan que debemos diversificar y concretar los mercados y los productos con los que queremos ser competitivos.