Sin duda, los hay que considerarán que el último estudio publicado por la Fundación de Ayuda a la Drogadicción (FAD), “La percepción social de los problemas de drogas en España, 2014”, es un mazazo para el Vino. Pues bien, nada más lejos de la realidad. De todos los sectores, el del vino es muy probablemente el que mayor sensibilidad demuestra con este tema, y uno de los que más injustamente es tratado (en mi opinión el peor) cuando se aborda el tema por gente escasamente cualificada y que tiende a distorsionar las noticias con el fin de captar la atención de la población más sensibilizada, generando alarma social.
Campañas como “Wine in Moderation”, desarrollada por el Comité Europeo de Empresas de Vino (CEEV) y la Federación Española del Vino (FEV), y en la que participa la práctica totalidad de las bodegas y empresas del sector, son un claro ejemplo de la concienciación existente en este tema.
El vino tiene alcohol y, en consecuencia, es una bebida alcohólica que requiere de un consumo moderado e inteligente. Y en ello se halla inmerso el sector con otra campaña como es la de “Quien sabe beber, sabe vivir”, desarrollada por la propia industria y apoyada y cofinanciada por el Magrama y la Comisión Europea. Acción que aspira a incrementar el conocimiento del vino, transmitiendo las pautas de consumo ligadas al disfrute con moderación y destacando su valor en nuestra sociedad, cultura, paisaje y Dieta Mediterránea, de la que es parte fundamental.
Claro que a aquellos que se mantengan firmes en no querer entender por qué el sector vitivinícola debe seguir luchando por hacer frente a esos ataques se les podría decir que muchos de los países que tienen un verdadero problema con el alcoholismo de su población, ven en el vino la bebida perfecta para sacarlos de él. Aquellos que aspiran a cultivar cualidades culturales y tradicionales, no las conciben sin Vino. Y esos otros que luchan por el respeto medioambiental y la responsabilidad de la sostenibilidad del planeta, ven en el cultivo de la viña la única alternativa en países como el nuestro.
Pues bien, a juzgar por la escasa información de la que disponemos, podríamos asegurar que nuestros enemigos están ganado la batalla. En España, aunque lo disfracemos como queramos y nos justifiquemos diciendo que lo que consumimos es de mayor calidad, o de forma más moderada, o esporádica; lo único cierto es que cada vez consumimos menos. Que nuestras explotaciones si quieren subsistir deben realizar importantes inversiones en reconvertir su viñedo hacia varietales más conocidas mundialmente, y reestructurándolo de cara a aumentar sus ridículos rendimientos. Nuestras bodegas deben desarrollar proyectos y líneas de productos más acordes a un público con escasa información y cultura vinícola de la que tiene toda su formación por obtener. O que el mercado exterior está altamente copado y la mayor parte de nuestra producción solo consigue abrirse hueco en el nivel de los vinos de bajo precio, con escaso valor añadido y altamente sensible a los cambios en sus cotizaciones.
Llegado este punto, podemos bajar los brazos y rendirnos a lo que parece la evidencia de los hechos. O luchar por cambiarlo, por conseguir un viñedo rentable, unos productos adecuados a los consumidores, unas bodegas con recursos y organizaciones fuertes que les permitan abrirse hueco en los mercados exteriores más allá de los volúmenes y graneles. Pero, de manera primordial, vital, ineludible y transcendental, por acercar la cultura del vino a la sociedad española. En ello nos jugamos mucho más que nuestra propia supervivencia, nos jugamos la cultura, educación y mantenimiento de nuestros valores culturales. Y eso se consigue con formación e información, no con sanciones, prohibiciones y persecuciones.