Nos acercamos a las fiestas más consumistas del año, en las que todos los hogares hacen meritorios esfuerzos por llevar a sus mesas los mejores manjares y bebidas, entre las que ocupan un lugar muy especial los vinos. Bodegas e instituciones organizan multitud de actividades con las que intentan atraer la atención de un consumidor, que a diferencia de su comportamiento a lo largo del año, está ávido de gastar. Captar su curiosidad es mucho más que ofrecer precios interesantes o excelentes calidades, requiere presentación y representación.
Calidad sabemos, los que estamos metidos en este extraordinario mundo de la vitivinicultura, que nuestros elaborados la tienen; hasta, si mucho me apuran, un buen número de consumidores que llevados por la curiosidad se han acercado a vinos de otros países, han podido comprobarlo por ellos mismos. Incluso hay expertos en marketing y estudios de mercados que llegan a situarnos como el país del mundo que mejor relación calidad/precio presenta. ¿Pero tenemos también representatividad?
Hasta hace unas décadas el vino era un producto alimenticio, parte importante de nuestra Dieta Mediterránea y que, como tal, ocupaba un lugar preferente en nuestras mesas, junto a vegetales y cereales. Desafortunadamente, nuestra dieta ha cambiado, y mucho, en este tiempo. Aspectos sociales, demográficos y económicos han contribuido a que no solo la dieta se haya modificado, sino también el tiempo y la forma en que comemos. Con un claro perjudicado: el Vino, que ha pasado de ocupar un sitio preferente en las mesas por sus características nutricionales a hacerlo por su aspecto físico, en el que pesa tanto o más que su contenido, su continente y el prestigio social que lleva asociado.
Ante las tasas actuales de consumo (las cuales evito concretar de forma totalmente consciente y voluntaria) hace ya algún tiempo que el sector ha interiorizado que hay que adoptar medidas de manera urgente. Que el consumo en nuestro país está sufriendo una sangría que amenaza la supervivencia de muchas bodegas, cuya desaparición, lejos de conducirnos a un sector más concentrado y fuerte, nos lleva a un debilitamiento y pérdida de competitividad.
Aprovechar el impulso de la campaña navideña, muy posiblemente sea precipitado y el sector no cuente con los mecanismos necesarios para hacerlo colectivamente; pero puede ser un excelente punto de inflexión entre la postura anodina y pasota mostrada hasta ahora por todos los agentes involucrados, y una nueva era de unidad, caracterizada por la optimización de recursos y la obtención de sinergias.