Quizá sea muy pronto para decir que el sector está decidido a tomar medidas con el fin de mejorar su competitividad y disfrutar de una mejor distribución en la cadena de valor. Es posible que transitar de las buenas voluntades a las concreciones sea un paso difícil de dar y queden en el camino muchas de esas pretensiones. Incluso pudiera llegar a darse el caso de que algunos de los recelos que ha generado la forma en la que se han hecho las cosas, llegaran a suponer un importante hándicap en ese recorrido común que separa las buenas ideas de los planes concretos.
Pero, sea como fuere, lo que resulta totalmente incuestionable es que el sector es consciente de que se han acabado los paños calientes, que ahí fuera, en el mercado, hace mucho frío y, por lo tanto, hay que ir muy bien arropado, y que este viaje hay que hacerlo con todos, y que debe beneficiar a todos.
La Administración deberá conseguir dotar de un marco legal que resulte adecuado para atender la demanda de los mercados. Atraer el máximo de ayudas de la Unión Europea con las que llevar a cabo campañas de promoción en Terceros Países, pero también en el mercado interior. Facilitar información buena y actualizada con la que poder elaborar las estrategias y realizar su seguimiento. Además de defender en los organismos internacionales la definición de Vino como producto natural procedente de la uva. O incentivar la creación de organizaciones interprofesionales y de productores. Cuestiones todas ellas que están asumidas por esta Administración y que, o ya son una realidad, o los trabajos están muy adelantados.
Pero no basta con esto, también los viticultores deberán acomodar sus producciones a las necesidades de la industria, adecuando rendimientos, varietales y calidades sin perjuicio, ni un ápice, de la calidad final que debe seguir mejorando para mantenernos en ese grupo de países de primer nivel. Eso sí, aspirando a conseguir sentirse parte fundamental de este proyecto mediante la participación en los resultados, obteniendo precios que permitan ir más allá de la mera sostenibilidad del sector desarrollando una actividad rentable con sus naturales beneficios económicos.
Materia prima de la que deberán abastecerse los bodegueros para elaborar aquellos vinos, mostos, vinagres, alcoholes… que puedan competir en los mercados por calidad y precio. Mejorando la imagen de los productos españoles y consiguiendo ser competitivos por algo más que sus bajos precios. Situación que no viene tanto por desplazar a los que ya están, que también, como por acercarse a nuevos consumidores (jóvenes, mujeres…) a los que han ignorado y han permanecido sordos ante sus constantes y estridentes gritos que emitían, demandando una atención que no han recibido.
pero mientras esto llega, y los proyectos van cristalizando en resultados palpables que permitan tener confianza y mantenerse firmes en sus estrategias; hay que seguir peleando con el día a día y vendiendo cosechas que unas veces son extraordinariamente grandes como el año pasado, provocando el derrumbamiento de los precios; y otras, son más bien moderadas como en este, con precios muy competitivos y rentables para casi todos los que integran la cadena de valor. Los viticultores han tenido ingresos por hectárea que no siempre han cubierto sus propios costes de producción. Tener la cabeza fría en estos casos y no perdernos en incrementos inasumibles será uno de los primeros ejercicios que deberán realizar nuestras bodegas si, como pronostica la asociación de enólogos italiana Assoenologi, la cosecha de este país resulta un 17% menor que la anterior y deja sus cuarenta millones de hectolitros en una de las más bajas de la historia.